El PRI también se dividió con la elección de su candidato y AMLO logró un golpe de efecto calificando a ambos partidos como el PRIAN.
En 2016, después de las elecciones como las que tuvieron seis estados hace un par de semanas, el PAN había sido el gran triunfador de la jornada. Ricardo Anaya, en ese entonces presidente de ese partido, se catapultó como el gran líder de la oposición, “el chico maravilla” que el día de esos comicios fustigó al entonces todopoderoso Manlio Fabio Beltrones en un programa de televisión.
Anaya, un tipo con soltura para el debate, de palabra fácil y con ganas de enseñarle al país que no nació para otra cosa que para liderarlo y conducirlo al infinito y más allá, tenía ya los resultados electorales con que soñaba –y sueña– cualquier líder de partido: ganarle estados al partido en el poder. A partir de entonces, el “chico maravilla” se sintió “el niño Dios”. El resultado de lo que pasó el siguiente par de años hasta la elección presidencial todos lo conocemos, pero vale la pena recordarlo. El PRI y el gobierno comenzaron a odiar a Ricardo; en el PAN los adversarios de Anaya se multiplicaron y juraron impedirle llegar; Anaya se apoderó del PAN y fue aislando a sus adversarios, cerró el padrón de militantes y se rodeó de un equipo lo más mediocre que pudo: que nadie más brillara a su alrededor, solamente su luz alcanzaría los lugares más oscuros; su presencia mediática se multiplicó; se le acercaron los aliancistas de ayer, hoy y siempre para realizar esa soñada alianza opositora que acabaría con el corrupto PRI y con el maldito Peje; Margarita quiso ser candidata, pero Anaya no la dejó siquiera competir y ella se salió del partido; él fue candidato finalmente de una alianza, hizo su campaña con anuncios que nadie entendió en los que anunciaba un futuro de platillos voladores y todos hablábamos idiomas; fue a los debates muy bien preparado, como si fuera a hacer su primera comunión, y el Peje se mofó de él diciéndole “Ricky, riquín, canallín”, dejando la frase como lo más memorable de esos encuentros; el priismo le aventó la cargada completa y lo acusó de lavado de dinero y más cosas, iniciando una investigación en su contra. Anaya quedó en segundo lugar en las elecciones de 2018, muy lejos del primer lugar, AMLO; un resultado lateral fue la destrucción del PAN –tampoco es que le faltara mucho, ya estaba en el precipicio– y, con eso, de la oposición en su conjunto; la Fiscalía General de la República revivió la investigación contra el panista y, entendiblemente por su seguridad jurídica, Anaya salió del país. Desde entonces manda unos videos en los que expone sus pareceres sobre el acontecer de nuestra vida política. Hasta aquí el recuento desde aquellas elecciones estatales de 2016.
Como se puede apreciar, fue mucho lo que cambió desde los comicios estatales de aquel año. En 2016 nadie daba por ganador a López Obrador y nadie imaginaba que fuera a ganar de la manera en que lo hizo. Los años siguientes fueron de gran agitación al interior de los partidos. El PRI también se dividió con la elección de su candidato y AMLO logró un golpe de efecto calificando a ambos partidos como el PRIAN, etiqueta que mucho daño les causó y que ahora, sorprendentemente, piensan revivir los aliancistas.
Hace apenas un par de semanas que las elecciones pusieron un nuevo escenario en términos de gobiernos por partido. Morena está fortalecido, el PRI se debate entre entrar o no al ataúd que ha diseñado su dirigencia, el PRD ha recibido los santos óleos y el PAN no encuentra su lugar.
A ver qué pasa. Lo único claro es que, tal y como sucedió hace pocos años, todo puede pasar.
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