La muerte del Papa Francisco es sin duda un acontecimiento de gran relevancia política. La Iglesia católica es una instancia política que supera los dos mil años de presencia. La elección del pontífice católico también es un evento de importancia internacional. No sucede lo mismo con otras iglesias, ni siquiera con la gran mayoría de los países. El carácter espiritual de la institución, su presencia en el mundo y la influencia de sus millones de feligreses, confieren enorme poder a quien resulte líder del catolicismo.
Ciertamente la Iglesia ha dado muestras de parálisis y retrocesos. Las décadas del conservadurismo de Juan Pablo II no fueron en balde y dejaron su marca. Con el papa argentino se tenía la esperanza de que la institución católica se lanzara de lleno a las causas progresistas y diera un giro de modernización para ponerse al día en las demandas de actualización pastoral. El pontificado de Bergoglio no parece haber llenado esas expectativas. Sin embargo, los cambios que realizó han calado dentro de la política vaticana, en la que tenía muchos malquerientes precisamente por su visión modernizadora. Una maquinaria de las dimensiones de la Iglesia católica no puede cambiar de la noche a la mañana, los cambios son necesariamente lentos. Además, si tomamos en cuenta que sus tiempos no son los del hombre sino los de Dios, pues se pueden tomar las cosas con mayor calma.
Después del larguísimo liderazgo del polaco Karol Wojtyla, le han seguido dos papados que podríamos calificar como breves: el de Benedicto XVI y el de Francisco I. Ambos personajes muy diferentes entre sí compartían una inteligencia aguda y una amplia preparación. Benedicto un teólogo de altos vuelos tomó la decisión histórica de renunciar a su pontificado y fue sucedido por el argentino que era considerado un hombre brillante. El resultado de aquella renuncia fue que había dos papas. El intelecto de ambos y su disposición logró que eso no fuera ningún problema.
Viene el cónclave -esa suerte de reunión medieval- en la que se elige al próximo líder católico por medio de votos secretos de un grupo de hombres ancianos y solteros pero inteligentes y buenos para la grilla de alto nivel, deciden quién el mejor para liderar la Iglesia. Con la idea clara de que una equivocación puede durar años. No hay más término para dejar de ejercer el papado que la propia muerte (salvo el caso de Benedicto ya comentado y que ha dejado precedentes) así que hay papados de días y de décadas.
Como quiera que sea, el mundo estará pendiente de una noticia de alto impacto, de una decisión política de gran relevancia y de una selección que guiará la vida espiritual de millones de personas en el mundo: las elecciones vaticanas. Y todo lo sabremos cuando salga humo blanco de una chimenea.
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