Elección en el PRI

El gigantesco edificio del PRI que, dicen, está vacío, es el símbolo de lo que es una especie de mausoleo que, al igual que el propio partido, será difícil de vender.


PRI 


El PRI fue el partidote, el partidazo, la máquina electoral, la feria del empleo, el engranaje del poder, el ejemplo de la disciplina partidista, la fábrica de políticos, el surtidor de frases para justificar cualquier tropelía; el dueño de la Revolución, el partido de la ideología del momento, el ejército del presidente, la forma de movilidad social en este país, el dueño de los negocios, el controlador de porros, el que negociaba con el crimen, el que cometía crímenes; el partido de masas que cada seis años se entregaba a una entelequia, el controlador de medios, el hacedor de ritos, el adorador de la figura presidencial y también el gran surtidor de otros políticos a los partidos de oposición, por eso –paradójicamente– el PRI no se va: hoy, como hace décadas, el PRI más rancio, el más zafio, está en el poder, pero con otras siglas.

Sin embargo, el PRI que se quedó en su partido ya no es ni sombra de lo arriba descrito. Al priismo lo amalgama el poder y el presidente; de ahí se nutre, en esos pilotes se basa su unidad y su fuerza, y claro, cuando lo que tiene es muy poco, como es el caso en esta época, pues amenaza con desmoronarse ante el desinterés general. Quizá por eso uno de los candidatos –el gobernador de Campeche– al que apodan Alito, le dicen Amlito, pues entre sus “virtudes” priistas presume la de su cercanía al presidente.

¿Estamos ante el fin del PRI? No lo sabemos, pero sí estamos ante sus despojos. La elección del dirigente priista puede ser del interés de algunos militantes de ese partido y algunos medios, pero es muy probable que pase como con la del PAN el año pasado, que a todo el mundo le valió sorbete –al ver al ganador de esa elección se entiende el porqué– y en la que era más importante en las noticias si se quedaba dormido un diputado de Morena que los comicios panistas. Lo cierto es que el interés que revestía la selección de la dirigencia partidista, en esos partidos es cosa del pasado. La exigua representación priista en el Congreso habla de la crisis que atraviesa ese instituto. Su gigantesco edificio que, dicen, está vacío, es el símbolo de lo que es una especie de mausoleo que, al igual que el propio partido, será difícil de vender.

Ignoro que le conviene a ese partido. Habría que conocer sus mecanismos internos y sus resortes –que no son sencillos– para imaginar soluciones. Pero es claro que en la democracia no florece, no es lo suyo. Es muy posible que de su proceso interno salgan peleados. No parece una buena idea ser pocos, pero bien divididos. Si lo suyo es la disciplina y el orden interno, quizá le convenga regresar a esos modos para sortear el temporal que viene. Si la democracia interna se impuso en los años recientes, el cambio de paradigma en la situación de los partidos no parece exigir esa modalidad de vida interna –que por cierto no es del gusto del presidente López Obrador.

Por lo pronto, a pesar del triunfo de quien sea en esa elección, no parece que ayudará en mucho a que en este país PRI deje de ser una mala palabra.

 

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