Vienen tiempos difíciles para los funcionarios. Las cosas no pintan nada bien y ellos tendrán que responder a los legítimos cuestionamientos ciudadanos.
La imagen pública es algo que se construye con años y que, como bien sabemos, se destruye de una manera vertiginosa. Las reputaciones que se labran con paciencia y sacrificio con cualquier error, exceso, desliz, son convertidas en lodo y aventadas al infierno de la ignominia con tormentos que acaban con las vidas laborales, políticas y privadas de personajes públicos, sean estos políticos, gente de los medios, simples famosos o gente de alguna manera encumbrada.
Por supuesto que quienes están más sujetos a un escrutinio público son los gobernantes. Ellos son los que deciden sobre las vidas de millones de personas: imponen leyes, conductas, maneras de vida, restringen esto, quitan lo otro. En el ejercicio de sus actividades afectan necesariamente a millones. Por la tanto, con toda justicia, son sometidos a un examen riguroso e incluso muchas veces excesivo.
Este fin de semana el presidente López Obrador hizo “un Peña”. Es decir, se dio cuenta que iba a decir algo que a la mejor no le convenía, se quedó callado, acabó diciendo una bobada y salió peor. Todos sabemos que al presidente no se le da hablar de corrido ni la exposición de ideas, aunque sean de otros. Es evidente que no se prepara para sus mensajes. Él improvisa y por eso pasa lo que pasa. Al igual que Peña, que cometía un error y veíamos cómo se hundía en las arenas movedizas del ridículo, así el presidente cuando no quiso decir “belgas”, el gentilicio de quienes viven en Bélgica. El resultado fue desastroso. Todos sabemos que el presidente se traba, que habla por abonos, y no se atrevió a decir “belgas”. Quizá nunca sabremos si iba a decir belguiquenses o algo por el estilo. La improvisación tiene sus costos.
Por otro lado, la secretaria del Trabajo, Luisa Alcalde, se vio envuelta en un torbellino de reclamos bastante absurdo. Ella terminó por disculparse, pero regañando y denunciando que se le trató mal. Sorprende la piel tan delgada del equipo gobernante. Ell@s siempre tan prolijos en poner apodos, en señalar conductas que les parecían desviadas de sus planteamientos moralinos, ahora se quejan de que se les señale. Ni modo, así va a ser y se pondrá peor, más vale que le vayan pensando cómo se la van a pasar. La secretaria, al principio del gobierno, había tenido un problema en redes al salir en sentido contrario en motocicleta al terminar una junta en Palacio. Se disculpó públicamente y hasta cayó en gracia. Este fin de semana fue sorprendida en la sección de vinos y licores de un súper sin tapabocas. Este gobierno es anárquico radical, cada quien hace lo que quiere. Nadie se presenta con tapabocas con el presidente. Piden encierro, pero ellos no lo hacen, no tiene nada de malo que se les pida que prediquen con el ejemplo. Alcalde se disculpó y denunció acoso porque le tupieron en redes, por eso y por tener familiares trabajando en el gobierno. La anécdota es mala porque ella contestó mal. Es el problema con los de la cuarta: de la manzana que comen, nada más les queda el veneno. Porque, lo digo abiertamente, la imagen de la secretaria haciendo el súper es algo que no se ha dado muy seguido en nuestra clase política. Luisa Alcalde puede dar esas imágenes de frescura por su estilo, pero le ganó el coraje.
Vienen tiempos difíciles para los funcionarios. Las cosas no pintan nada bien y ellos tendrán que responder a los legítimos cuestionamientos ciudadanos. El bono de su elección ha terminado y sea el presidente o la secretaria Alcalde pasarán por esas ruedas de demolición –que el presidente consideraba benditas– que son las redes sociales. Deberían cuidarse más, la lupa sobre ell@s es cada día más grande.
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