Ya nada más falta un año para que termine la pesadilla de López Obrador como presidente. Lo que empezó para muchos como una ilusión, el inicio de una época de paz, justicia y alegría, se convirtió, en menos de tres años, en una batalla campal del presidente contra los que no piensan como él.
Más allá de la popularidad del presidente, algo que también tenían los expresidentes panistas y priistas, con excepción de Peña Nieto, lo cierto es que López Obrador ha ejercido el poder de tal manera que proyecta ser el presidente todopoderoso que todo lo puede. Y logra mucho de lo que quiere y lo que no puede se lo cobra a lo grande, humillando y atacando en la plaza pública a todos aquellos que han osado oponerse a sus palabras y caprichos.
Como no habíamos visto en décadas, la figura del presidente ha sido la de un pandillero, un golpeador, un porro colérico que la emprende a golpes contra los que no se someten a sus dichos. En estos años de lopezobradorismo hemos visto cómo la imagen de un hombre rebelde y, supuestamente, justiciero se tornó en la de un niño berrinchudo y caprichoso que tuerce a su antojo todo lo que no le causa alguna satisfacción inmediata. El hombre que encarnó el hartazgo generado por una clase política frívola, ambiciosa y decadente, terminó por generar en su gobierno una reedición de los vicios de gobierno del priismo más rancio. Cambió la frivolidad por el berrinche, la ambición por la corrupción de sus cercanos y la decadencia por el ejercicio de un narcisismo rapaz.
Cierto que hay resultados en algunas áreas –todo gobierno los tiene–, pero hay que poner cierto empeño para enumerar cinco. Del lado de las fallas resulta difícil parar, pues es una lista gigantesca. Quizá con un sentido muy agudo del sarcasmo, se podría decir que si en algo ha sido metódico y sistemático es en su proyecto de destrucción. Lo que toca lo descompone, lo desbarata. Su afán por demoler ha sido notable. Lo construido, con fallas e insuficiencias, en 30 años ha sido demolido en estos años de locura y demagogia. Si el sistema de salud funcionaba regularmente, en lugar de corregirlo optó por deshacerlo. Ahora no hay siquiera un mal sistema de salud; es simplemente un desastre. Lo mismo ha sucedido con la educación. Perdieron el tiempo en tonterías y ahora resulta que tienen un superplan para la Nueva Escuela Mexicana. Incapaces de mandar a imprimir los libros de texto a tiempo para su entrega, ahora resulta que tienen un gran proyecto educativo que no van a poder echar a andar por falta de tiempo.
Este gobierno se fue en construir unos tramos ferroviarios y una refinería que no ha refinado ni un solo barril. Lo demás ha sido palabrería matinal inagotable. Ha sido un alarde de verborrea, la enseñanza pública de que se puede hablar sin control siendo presidente y no tener consecuencia alguna ni siquiera en la popularidad. Ha sido también una lección de que la Presidencia no da ningún decoro; al contrario, es quien la ejerce quien le da o no decoro y respeto. Se puede ser un charlatán y ser presidente, como lo ha demostrado López Obrador estos cinco años.
Gracias a Dios solamente queda un año a este delirio populista. No será fácil para nadie, ni siquiera para él. Lo que hemos visto en las últimas semanas no es más que una muestra de que el liderazgo de AMLO está llegando a su fin. Las insidias contra Sheinbaum en el proceso de selección, el derrumbe de Ebrad –así le dicen en Morena– como figura pública y las muestras de odio en contra de García Harfuch por parte de cercanos al Presidente son el reflejo de que ya no hay quien ponga orden, de que empiezan los reacomodos, las purgas y las venganzas. Será un año, uno más, lleno de pleitos.
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