‘El vendedor de silencio’

Denegri, si no funda, sí hace de la relación prensa-poder un jugoso negocio en que vale más callar porque los silencios cuestan más.


Carlos Denegri


Es una gran novela. Sin duda Enrique Serna ha logrado un amplio retrato del México de hace unas décadas. Un México que ya se fue, pero que política y mediáticamente sigue haciéndose presente. La vida de Carlos Denegri es –literal– una novela. Es un personaje muy del corte político mexicano: macho, misógino, corrupto, astuto, charro, mujeriego, acomplejado, prepotente y perverso. El vendedor de silencio es una novela sobre la política mexicana que se cuajó en el siglo XX, sobre sus torceduras y vicios. Tranzas que se festejan, complicidades delictivas, el abuso, la mentira, la corrupción como prácticas generalizadas. Aunque muchas cosas han mejorado, es un hecho que de ahí venimos y ahí seguimos.

Es también una novela sobre nuestros miedos. Denegri, que hizo del “chayote” una industria, fue el periodista modelo para muchos, hasta que cayó de la gracia presidencial y una generación nueva lo destronó. Es la leyenda negra del periodismo. Supo cruzar los pantanos y caminar orgullosamente manchado, cambiaba de bando sin problema hasta que llegó un momento en que él mismo organizaba los bandos. Se dio cuenta del poder de la información, y mientras más íntima la información, más jugosa la recompensa. Lo mismo le daba aplaudir cualquier discurso presidencial, defender cualquier tropelía gubernamental, que ventilar líos de faldas: la cuestión era hacer sonar la caja. Denegri, si no funda, sí hace de la relación prensa-poder un jugoso negocio en que vale más callar porque los silencios cuestan más (de ahí el acertado título de la novela). Cabe preguntarse a casi cincuenta años de la muerte de Denegri, en qué ha avanzado nuestra prensa y cuál sigue estancada en esa época y en esas costumbres.

Hombre inteligente, culto, políglota, era un profesional en su trabajo. Sabía cómo y en dónde conseguir información, porque lado llegar a los encumbrados, hacerse de amistades que conseguían meros chismes o información de fondo. Generoso en las propinas y en los regalos con los empleados de los poderosos: las secretarias, los choferes o los meseros del lugar de moda o los porteros de los edificios, que saben quién entra y quién sale. Julio Scherer dijo de él que estaba “dotado como ninguno para nuestro oficio” y que “era el mejor y el más vil de los reporteros”. Así el personaje que abordó con precisión y lucidez Enrique Serna.

En Denegri vemos sobrio a un hombre refinado, y con alcohol a un dipsómano prostibulario y golpeador. Es también una novela sobre el alcohol como amo y señor de una persona. En la novela asistimos a las glorias del columnista y a las bajezas del borracho, a los triunfos del talentoso y a los sótanos del macho misógino; asistimos a las mieles de la cumbre y a las heces de la corrupción; a la sofisticación del cosmopolita y a los pleitos cantineros del charro; a los cantos de la admiración y a los dramas del vicio. Como buen priista, Denegri adora las casas –¡como Bartlett!–, el lujo, la desmesura, la ostentación –lo mismo de un reloj que de una mujer. Como buen hombre de poder mexicano es prepotente, un sátrapa que se sabe protegido por la impunidad, porque también sabe que los medios dan y quitan y ejerció esa facultad como pocos.

Si van a leer algo en estos días, lean la novela de Enrique Serna. Es un libro que trae toda una época con sus restaurantes, bares, centros nocturnos; un México de la transición de los generales a los licenciados, de los ideales a la corrupción, la cumbre de la prensa escrita y la llegada de la televisión y también sobre las miserias de nuestros políticos y nuestros medios.

 

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