Los días santos, por más que sean de vacaciones y estén rodeados de esa curiosa creencia que tenemos de que excederse es descansar, también para millones en el planeta son días de guardar, de darse un espacio como católicos a ciertas reflexiones, oraciones y comprensión sobre su propia religión. A medio camino uno puede encontrar ciertas lecturas que sin ser religiosas pueden acercarnos a la historia de esa misteriosa institución que es la Iglesia católica.
En ese tono hay un gran libro: El reino, de Emmanuel Carrère (Ed. Anagrama). Como casi todos los libros de ese autor se trata de un texto personal que narra cómo después de un tiempo de relaciones tormentosas y alcoholismo entró en una crisis que le llevó a la conversión al catolicismo. Como toda conversión de un adulto, se trata de momentos de mucha tensión emocional, periodos de cuestionamientos y certeza. Pero más allá del asunto personal, Carrère hace un viaje por personajes como San Pablo y San Lucas, el primero que resulta ser una especie de genio del marketing político y el segundo, el evangelista de vocación periodística y literaria. Entre una historia y otra, el libro da una repasada por los primeros años del cristianismo. Es un libro sin desperdicio, un testimonio personal, una investigación y un relato. Aquí unos subrayados.
“…la crónica detallada de una historia mucho menos conocida: el modo en que una pequeña secta judía, fundada por unos pescadores analfabetos, unida por una creencia absurda por la cual ninguna persona razonable hubiera dado un sestercio, devoró desde el interior, en menos de tres siglos, al imperio romano y, contra toda verosimilitud, perduró hasta nuestros días”.
“Que es mejor ser bueno que malo, altruista que egoísta no era obviamente una novedad, ni era algo extraño a la moral antigua. Griegos y judíos conocían la regla de oro, de la que Hillel, un rabino contemporáneo de Jesús, decía que se resumía ella sola toda la Ley: ‘No hagas a otro lo que no quieras que te hagan’. Que es mejor ser modesto que jactancioso no es tampoco nada extraordinario. Humilde que soberbio: pase, es un lugar común de la sabiduría. Pero yendo de una cosa a otra, si se escuchaba a Pablo uno llegaba a decir que era mejor ser pequeño que grande, pobre que rico, enfermo que saludable, y llegado a este punto, el espíritu griego ya no comprendía nada, mientras que los recién convertidos se exaltaban con su propia audacia”.
“No, no creo que Jesús haya resucitado. No creo que un hombre haya vuelto de entre los muertos. Pero que alguien lo crea, y haberlo creído yo mismo, me intriga, me fascina, me perturba, me trastorna: no sé qué verbo es el más adecuado. Escribo este libro para no imaginarme que sé mucho más, sin creerlo ya, que los que creen, y que yo mismo cuando lo creía. Escribo este libro para no abundar en mi punto de vista”.
“Hay en el interior de cada uno de nosotros una ventana que da al infierno, hacemos lo que podemos para no acercarnos, y yo, por mi cuenta, he pasado siete años de mi vida estupefacto delante de esa ventana”.
Sobre un hombre que asesinó a su familia (Jean-Claude Romand): “Pero encontró un refugio, el amor de Cristo, que nunca ocultó que había venido para las personas como él: recaudadores, colaboracionistas, psicópatas, pedófilos, locos al volante que se dan a la fuga, individuos que hablan solos por la calle, alcohólicos, vagabundos, skinheads capaces de prender fuego a un vagabundo, niños martirizados que al llegar a adultos martirizan a su vez a sus hijos… Ya sé que es escandaloso mezclar a los verdugos con las víctimas, pero es esencial comprender que las ovejas de Cristo son las dos cosas, tan verdugos como víctimas, y nadie, si le desagrada, está obligado a escuchar a Cristo. Sus clientes no son sólo los humildes –tan dignos de estima, tan agradables para poner como ejemplo–, sino también, sino sobre todo, todos los que son odiados y despreciados, los que se odian y desprecian a sí mismos y tienen buenos motivos para hacerlo. Con Cristo nada está perdido, aunque hayas matado a toda tu familia, aunque hayas sido el peor de los crápulas. Por bajo que hayas caído, vendrá a buscarte, de otro modo no es Cristo”.
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