Es innegable que el PRI es el gran formador de nuestra clase política. Ahí nacieron y se criaron muchos –el presidente López Obrador es un ejemplo–; la disciplina, la adoración del líder, la “línea”, la justificación de los caprichos unipersonales, las porras para todo, el presidente como centro de todo; el presidente López Obrador en esto también es ejemplo.
Morena es el nuevo PRI. Mejor dicho: Morena es el nuevo viejo PRI. La aplanadora, el gusto por el carro completo, la simulación de escuchar a los otros, la cerrazón y la obediencia ciega al presidente; da lo mismo en el PRI de los 80 que en el Morena de 2019. Es el ya conocido PRIMOR.
Es innegable que el PRI es el gran formador de nuestra clase política. Ahí nacieron y se criaron muchos –el presidente López Obrador es un ejemplo–; de ahí salieron muchos a formar otras fuerzas políticas –el presidente López Obrador también es un ejemplo de eso–; la disciplina, la adoración del líder, la “línea”, la justificación de los caprichos unipersonales, las porras para todo, el presidente como centro de todo –el presidente López Obrador en esto también es ejemplo– volvieron a la escena no en 2012 de la mano del priista Peña Nieto, sino ahora con el morenato.
Las formas priistas han imperado en nuestra clase política, incluso el PAN, que durante décadas hizo las cosas diferentes, terminó en una faceta priista. La decadencia panista se explica en mucho por las formas y hasta métodos priistas que adoptó en los últimos años. Entre los personajes más significativos de los liderazgos panistas están varios expriistas. No deja de ser curioso que una buena parte del triunfo de AMLO se haya basado en juntar a toda la clase política en el PRI, que había llevado a la ciudadanía al hartazgo.
La votación a favor de la Guardia Nacional en la Cámara de Diputados es una fecha que marca no solamente la militarización del país, sino el regreso de la política y la politiquería priista. Gracias al voto del PRI, Morena sacó adelante el “pinochetazo” que significa la militarización de los cuerpos policiacos civiles. Fue el PRI el que le dio la llave de los cuarteles a los morenos. Y fue Rubén Moreira, miembro de un clan priista sinónimo del hampa política, quien justificó el voto priista. Bien lo señaló en un tuit Esteban Illades: “Quién más que un Moreira para darle la puntilla al país”. El PRI se preparaba para ser oposición, pero no puede. Su vocación por la tranza, por arrimarse al poderoso, le gana. Ni hablar, todo parece indicar que ese partido seguirá su marcha hasta terminar como el PRD.
Pero ese es el PRI que perdió. El que preocupa es el PRI que ganó, o sea Morena. El circo que montaron para fingir que escuchaban a los organismos ciudadanos concluyó en una burla majadera. Fue una pantomima, una tomada de pelo. Hicieron no lo que quisieron, sino lo que se les ordenó y todos se formaron temerosos de caer de la gracia del prócer. Caso particular es el de Tatiana Clouthier, cuya voz retumbó proclamando su independencia de criterio y de abanderar las causas civiles antes de la votación, y terminó en la peor de las tibiezas: la abstención. Su voz se convirtió en hilo, sus consignas en una contradicción que la perseguirá mucho tiempo. Había quienes pensaban que daba para más la señora, pero no es el caso. Al igual que con el nombramiento de Bartlett, Tatiana se volvió tragar sus palabras. No tardará en llegar la tercera y luego un puesto, porque en los partidos en que se impone la palabra del fuerte, la humillación es premiada.
Total, que en este viaje al pasado que es la 4T, tenemos al PRI de Díaz Ordaz con sus militares afuera, con Porfirio Muñoz Ledo defendiendo al presidente –sea Díaz Ordaz o López Obrador a él le da igual: los defiende con la misma vehemencia– y con su aplanadora en el Congreso. Seguimos con el PRI, siempre el PRI.
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