El problema para el PRI y para el PAN no es cómo no caer, sino como salir del bote de la basura. Creen que juntos se va a poder.
Con justa razón, ex dirigentes priistas han prendido la luz de alarma en su partido. Destacados miembros de ese instituto político han hecho un llamado público al dirigente nacional para sostener una reunión a la brevedad y analizar la preocupante situación que atraviesa el tricolor. Resulta curioso que en un partido tan críptico para su vida interna como lo es el PRI, los solicitantes hayan hecho pública su solicitud, quizá porque saben que por la vía discreta no obtendrían reunión alguna. El señor Alito ya ha dicho que sí a la reunión y que es muy importante escuchar a todos y que le “será muy grato” reunirse con ellos.
Las formas en el priismo cuentan más que en cualquier otro partido político mexicano. Son expertos en eso, sólo ellos se entienden, pero sus códigos internos les han permitido mantenerse por años sin resquebrajarse del todo y salir más de una vez de situaciones muy complejas. La eficacia política de varios de los firmantes está fuera de duda; no es el caso del actual presidente priista, don Alito, cuya vida política en estos momentos depende del partido que nació para combatir el priismo: el PAN.
En efecto, la dirigencia panista se ha dedicado inopinadamente a rescatar al PRI y particularmente al cada vez más impresentable de su dirigente. Pero ayudar al señor Alito no es rescatar al PRI. El partido tricolor se está cayendo a pedazos y eso lo saben los priistas que han pasado por triunfos y derrotas. La migración de priistas a Morena es tan incontenible como la que va para Estados Unidos. De los nuevos gobernadores de Morena destacan los que llevaban más de tres décadas de militancia priista, eso más los diputados y alcaldes. El éxodo parece no tener fin y el morenismo recibe a quien sea sin recato alguno.
La crisis del PRI es delicada. Lo hemos dicho en repetidas ocasiones: les quedan tres gobiernos y dos estarán en juego el año que entra. No está bonito el panorama. A eso hay que sumarle ese ambiente histérico que traen con la alianza en el que se cree que los ciudadanos van a querer votar por una opción que tiene las caras de don Alito y de Marko Cortés. Se ve difícil.
Los partidos tradicionales están en crisis en todo el mundo. Hace poco, en las elecciones en Francia, el partido socialista, que gobernó hace unos cuantos años ese país y que lo hizo en repetidas ocasiones en la historia reciente, perdió el registro, prácticamente desapareció. Lo mismo con el partido tradicional de la derecha que sufrió una terrible debacle. Y claro, la caída de los partidos tradicionales va de la mano con que los discursos y las figuras tradicionales han terminado en el bote de la basura. El problema para el PRI y para el PAN no es cómo no caer, sino como salir del bote de la basura. Creen que juntos se va a poder.
De cualquier forma, hay que decir que la decisión de los exdirigentes priistas es lo más saludable que se ha escuchado de la vida de ese partido en mucho tiempo. Se sabe: la decadencia no tiene límite. Es momento de que la detengan si quieren ser un referente contra esa masa amorfa y gigantesca en que se ha convertido Morena. Salir del laberinto en que se ha metido la actual dirigencia priista no parece fácil, pero para hundirse más van por el buen camino.
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