Salgado Macedonio se apoda “el toro sin trancas”, en clara alusión a la fuerza con que hace las cosas, a que no hay obstáculo que no pueda superar porque él no tiene límite, su fuerza todo lo derrumba: es un toro.
Este texto va en solidaridad a los periodistas, escritores y académicos agredidos por el presidente.
Como si fuera algo simpático, un detalle de gracia y buen gusto en el momento, el guerrerense y todavía candidato de Morena a gobernar Guerrero, Félix Salgado Macedonio, reaccionó a un primer amago de su partido de retirarle la candidatura diciendo en sus redes sociales: “Ánimo, compañeras y compañeros. Hay toro”. Es claro que el hombre señalado de cometer diversos ataques sexuales ha lanzado la advertencia a las autoridades de su partido. Él dará la batalla, seguirá adelante. “Hay toro”. Por supuesto, se debe entender que él es el toro: un animal bravo, que da miedo, que impone y que embiste con furia. Clarísimo el mensaje.
El caso de Salgado Macedonio está arrastrando a Morena y al presidente López Obrador a un terreno delicado del que no parece haber manera de salir bien si se le mantiene el apoyo. El presidente López Obrador se forjó en las filas del PRI viejo, ese priismo que fue desplazado por los tecnócratas, los que hablan inglés y estudiaron en el extranjero: los malditos neoliberales. A veces cuesta comprender por qué razones el presidente pone en juego su prestigio para rescatar individuos de tan baja catadura moral como Manuel Bartlett o Félix Salgado Macedonio. Sin embargo, el estilo de priista viejo que tiene el presidente lo explica todo. En el caso del siniestro Bartlett lo une su odio a la modernidad, al progreso y a quienes saben más que ellos sobre lo que sucede en el mundo –por eso odian a tantos–. Y Salgado Macedonio le ha de parecer simpático porque le recuerda ese PRI en el que creció: el de los caciques abusadores, los políticos con carisma para esconder sus delitos o para hacerlos funcionar en beneficio del jefe. Dicharacheros, irreverentes, machos, autoritarios que disponían de vidas ya fuera en una ranchería, un municipio o un estado. Fueron personajes de la política que también formaban parte de la llamada “picaresca nacional”. Nadie puede negar las ocurrencias del todavía senador de la República. A muchos les parecía gracioso. Pero más allá de estúpidos chistoretes y bravatas de cantina, no hay contribución de él que no haya sido para ahondar la degradación de la vida pública nacional.
El propio senador gusta de apodarse “el toro sin trancas”, en clara alusión a la fuerza con que hace las cosas, a que no hay obstáculo que no pueda superar porque él no tiene límite, su fuerza todo lo derrumba: es un toro. Las denuncias de los ataques sexuales han volteado la simpatía y la aceptación del personaje en repudio generalizado. El presidente piensa que su popularidad le da para que se silencien los ataques al “simpático” de su candidato; cree que su popularidad le da para imponerlo y que nada pase más allá de algunos periodicazos en los medios conservadores. En Morena, el pleito respecto de esa candidatura ya es escandaloso. Las mujeres, más allá de la decisión electoral, han tomado nota y esto no se quedará así. Salgado Macedonio mandó decir que él seguirá. Veremos qué pasa y si el toro encuentra alguna tranca.
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