Actualmente ya se está vacunando a los ciudadanos, lo cual es una obligación del gobierno, no una dádiva.
Se pensaría que las llegadas de las vacunas podrían ser una señal de alivio para el padecimiento de estos meses de encierro y muerte. Pero no cabe duda que lo sembrado en Palacio Nacional ha rendido frutos: el presidente López Obrador tiene el país dividido y enfrentado que tanto anhelaba, un país en el que el acuerdo básico general es romperse la madre entre todos. Las vacunas han sido un ejemplo.
Creo que lo bueno es que ya se está vacunando a los ciudadanos. Es una obligación del gobierno, no una dádiva. Y qué bueno que cumpla con esa obligación –porque no cumple con la mayoría de las que tiene–. Intentar descalificar a quienes advirtieron que estaba mal que los ancianos hicieran largas filas asumiendo una supuesta condición económico-social de los formados, es de una mezquindad absoluta; quejarse de tener que hacer fila, de que les den turno y hasta de que les piquen con la inyección, también lo es. El pleito por las vacunas retrata el país dividido con el que sueña todos los días el presidente. Las autoridades corrigieron varios de los problemas de logística generados el primer día; algunos de los críticos bajaron el tono cuando sus progenitores estuvieron vacunados y se expresaron con alivio de estarlo y positivamente del proceso para lograrlo. Reconocer que es bueno que finalmente se esté vacunando a los mexicanos no es dar mérito alguno al gobierno, pero no hacerlo nos coloca no en el desacuerdo, sino en la intransigencia que tanto criticamos. Celebrar que algo avanza en un gobierno paralizado por la torpeza y el rencor no significa estar de acuerdo con esa escoria que son los moneros de La Jornada ni con los otros secuaces del presidente; simplemente nos puede ayudar a ver que algún día saldremos de este maldito virus. Reconocer no rebaja.
Es claro que el gobierno ha tenido una política de combate a la pandemia ni siquiera errática, sino francamente incomprensible y contraproducente. El responsable de esa política, el señor López-Gatell, ha tenido una conducta que va de lo irresponsable a lo criminal. Es claro también que estamos ante un gobierno inepto en el que priva la palabrería presidencial por encima de todo y en el que la inexperiencia se conjunta con la ignorancia y la soberbia dando como resultado una pavorosa inoperancia.
Aunado a lo anterior, el liderazgo del presidente parece asentarse cada día más en un autoritarismo propio del siglo pasado en los gorilatos que se vieron por Latinoamérica, en los que el voluntarismo se mezclaba con la conducta caciquil y el poderoso sentía que su palabra tenía poderes curativos. No otra cosa es la afrenta a las mujeres –y a la sociedad en su conjunto– en la que la voluntad presidencial sostiene a capricho la candidatura de Félix Salgado Macedonio, acusado de ser violador. Lo mismo con el corrupto y prepotente de Manuel Bartlett, que ha terminado por llevar al país a una crisis energética. El presidente prefiere defender criminales que cambiar de parecer.
Nada de eso se cambia con una vacuna.
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