Los manifestantes, esos mismos que usó AMLO innumerables veces para boicotear a gobiernos anteriores, se desenvolvieron como lo que son: unos rijosos.
La imagen quedará como uno de los momentos claves de la presidencia de López Obrador: el presidente encerrado en su camioneta se niega a salir. Ahí estuvo encerrado por más de dos horas. Increíble. El presidente de la República se negó a bajar de su automóvil porque había un grupo de manifestantes que le impedía el paso. Es la clara imagen de una actitud persistente: el presidente se niega a gobernar, él lo que quiere es estar en la camioneta o andar protestando en la calle. De hecho, alegó que su estancia en la unidad móvil era una forma de protesta –se entiende que en contra de los manifestantes–. Quien entienda que haga el favor de explicarlo.
Por supuesto que si uno se pone a ver el contexto de las cosas que sucedieron el viernes el asunto es verdaderamente alarmante. Chiapas es un estado que se ha convertido en un polvorín, un lugar en el que el gobierno simplemente no existe. Pero el gobernador es de Morena y es cuñado del nuevo secretario de Gobernación. Es uno de los consentidos. Allá fue el presidente de visita. Asistía a un evento con los medios de comunicación. La conocida como “mañanera” se celebraría en ese lugar. ¿Y qué lugar era? Pues el único en el que se siente a gusto el presidente fuera de Palacio Nacional: un cuartel militar. Afuera de esas instalaciones se ubicó un contingente de la CNTE para protestar por falta de cumplimiento de promesas y cuestiones relativas a la reforma educativa que supuestamente ya no existe. Como una de las brillantes ideas de principio de gobierno fue cancelar el cuerpo de seguridad del Estado Mayor Presidencial, el presidente cuenta con un equipo reducido y ciertamente rudimentario para su seguridad, logística y traslados. Los manifestantes –esos mismos que usó AMLO innumerables veces para boicotear a gobiernos anteriores– se desenvolvieron como lo que son: unos rijosos. El presidente se enojó y dijo que a él no lo iban a chantajear y que él así no iba a dialogar. Mientras tanto la conferencia de prensa estaba por empezar, pero el presidente, el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, ¡no podía entrar al cuartel militar! Lo sorprendente es que ahí en el estrado de la fallida mañanera, junto con el gobernador, estaban esperando al presidente nada más y nada menos que el general secretario de la Defensa Nacional, el almirante secretario a cargo de la Marina y Rosa Icela Rodríguez, responsable de la Secretaría de Seguridad Pública, todos ellos –que tienen a cargo la seguridad del país– sentados esperando a un presidente que no podía entrar por culpa de unos manifestantes. Eso explica el estado actual de la nación.
La otra parte que salta inmediatamente en este asunto es el propio presidente, su estado de ánimo y su equilibrio en las acciones que toma. López Obrador fue un profesional de la protesta, las mayores protestas, las de más impacto, en las últimas décadas –salvo la de seguridad y las de las mujeres– han sido encabezadas por el actual presidente. Uno imagina que sueña con andar mentando madres en lugar de recibirlas. Es normal, todos los presidentes añoran las campañas cuando empieza el desgaste de gobernar, de tomar decisiones, pero de ahí a apoltronarse en un coche durante horas en señal de protesta, la cosa es muy diferente. No es lo inusitado –o novedoso si se le quiere ver de esa forma–, sino lo absurdo de la situación presidencial: enojado con unos manifestantes decide encerrarse en un coche y no salir en horas en señal de protesta –esto cuando es él el responsable de solucionar las protestas–. Como adolescente encerrado en el coche con sus amigotes.
Al presidente lo perdimos hace unos meses. Sus actos ya son francamente irracionales, fuera de toda lógica. O está furioso o se la pasa en el dislate y el despropósito. Tantos años de lucha para terminar en esto: un espectáculo que va de lo ridículo a lo grotesco.
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