El presidente siente que representa el alma nacional, el sentir del pueblo encarnado y viviendo en Palacio Nacional.
Ahora va de nuevo contra los jueces. Las embestidas del presidente no cesan. Su búsqueda de enemigos es incansable. La sed de venganza presidencial no tiene límite. El presidente de la República es un pendenciero. No busca qué solucionar sino a quién señalar; no quiere algo qué apoyar sino alguien para culpar.
Una buena dosis del afán de bronca en el presidente radica en que piensa que solamente se le puede oponer algún ser maligno que tiene intereses turbios. Nada es tan puro para el presidente como su propio pensamiento, su propia intención. Él siente que representa el alma nacional, el sentir del pueblo encarnado y viviendo en Palacio Nacional.
La cerrazón presidencial contiene altas proporciones de coraje y de rabia. Llevarle la contraria es una afrenta, una herejía; tener una opinión independiente a la de él merece la expulsión del paraíso de la cuatroté, pensar distinto se castiga con el descrédito público, la inmolación en la plaza, el desprestigio ante los demás.
La decisión de un juez de suspender la entrada de su reforma en materia eléctrica provocó la ira del populista. La osadía del juzgador, que sólo aplicó la ley, ha sido señalada y se ha solicitado castigo ejemplar para el hombre que ha desafiado la necedad presidencial.
Hay que decirlo con claridad: se trata de una embestida al Poder Judicial. Una más, porque no es la primera. En su lucha cotidiana por mostrar que es el que manda, el que tiene el poder, el que ordena, el que no tiene que entender ni respetar la ley porque él es el hacedor de justicia: el hombre que certifica la inocencia del violador o la culpabilidad de quien piensa diferente.
Poca estabilidad queda en el país y algo de eso queda en el Poder Judicial que, ante este reclamo –que pretende ser orden–, deberá mantener su independencia y mostrarla con vigor. De la decisión que se tome respecto de la solicitud presidencial dependen muchas cosas en el país: los equilibrios, el poco respeto que le tiene el presidente a los otros poderes, la solidez de los cambios que ha emprendido el propio Poder Judicial en los últimos años. No se ve fácil, pero es perfectamente posible.
Uno de los problemas con el presidente es la creencia que tiene sobre su palabra. Cree que su palabra se transforma en hechos que, si él dice que no hay corrupción, la corrupción se acabó. Es algo infantil. En un artículo de El País (La trampa de las grandes expectativas 27/02/21) se menciona algo al respecto: se trata de lo que Jean Piaget llamaba “el pensamiento mágico”: “Piaget, uno de los grandes estudiosos en el desarrollo de la inteligencia, sostenía que los niños confunden su mundo interior con el exterior. Es decir, a veces creen que con sus pensamientos pueden hacer que las cosas sucedan. Por ejemplo, si estoy muy enfadado con mi hermano, mi pensamiento puede hacer que él se tropiece. Piaget lo denominó pensamiento mágico; es decir, creer que por desear algo, esto va a suceder. Este tipo de pensamiento desaparece cuando el niño cumple siete años, según este autor. Sin embargo, parece que no siempre es así y que de adultos, aunque estemos sanos, caemos en la creencia de que el mero deseo conduce a que ocurran las cosas”.
En esas estamos con el presidente. Nos queda poner la confianza en la independencia y capacidad del Poder Judicial contra “el pensamiento mágico” del niño caprichudo que habita en Palacio.
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