Hay quienes quieren volver al pasado y quienes quieren construir futuro, aunque sean de la misma generación, esa es la diferencia.
A unos metros de caer en el foso de su tumba, el PRD decidió cambiar. Es buena idea. Nada peor que quedarse igual, con la etiqueta negra del sol azteca. Ha sido corta la vida del PRD comparada con el PAN y con el PRI, pero tuvo su historia de relumbrón y su amarga decadencia. De los primeros cuadros de ese partido, por ejemplo, uno es presidente de México y otra está en la cárcel acusada de corrupción en un gobierno priista. Entre uno y otra ha existido de todo. Por cierto, ni AMLO ni Rosario están en el PRD desde hace tiempo y eso que ambos lo presidieron.
Los pleitos constantes, la corrupción, el cinismo, el apego al dinero, las negociaciones burdas, la ambición desmedida, hicieron del que fuera partido de la izquierda un partido dependiente del gobierno capitalino y del federal en turno, sus cuadros fueron bajando de calidad política e intelectual hasta convertir una parte de ese partido en una cueva de forajidos. Cómo olvidar el caso del hermano de quien también fuera presidente del PRD, Leonel Godoy –ahora refugiado en Morena– y sus vínculos con el crimen organizado. Total que el perredismo está punto de sucumbir y decidió mutar a algo que se llama Futuro 21.
El tamaño del partido, su escaso porcentaje de votación, le permiten hacer este viraje radical, que representa en términos comerciales un “cambio de marca”: desaparecer su antiguo nombre y presentarse con los ciudadanos bajo otro paraguas con un nuevo concepto. No olvidemos que así se fundó el PRD, con el registro de otro partido. López Obrador también se salió con muchos del PRD para ofrecer lo mismo, pero con otro concepto. Entonces no es la primera vez que esto sucede y la apuesta parece ser correcta.
Según lo que se desprende de las notas de la asamblea del sábado, Futuro 21 pretende ser una fuerza socialdemócrata: agrupar a los izquierdistas, buscar el voto de descontento con López Obrador del ala “progre” y rescatar figuras de otros partidos que deambulan en el limbo político. No está mal, es bastante mejor que andar escondido con la marca de la vergüenza.
Hay quienes critican que en ese Futuro hay mucho pasado. Pero bueno, hay quienes quieren volver al pasado y quienes quieren construir futuro, aunque sean de la misma generación, esa es la diferencia. Y si bien por las fotos del sábado hay algo de olor a rancio, frente a AMLO y su gabinete cualquier cosa debajo de 67 es frescura y revelación.
Creer que la experiencia es un elemento del que se puede prescindir puede ser muy costoso –para muestra basta ver a nuestro actual gobierno. El reto de esa nueva organización, y de los demás partidos, está por supuesto en buscar nuevas caras, contar con un nuevo mensaje y discurso –una narrativa como le dicen hoy– que le permita entrar con la ciudadanía de manera clara. Contar con jóvenes es muy importante, tanto como tener un balance adecuado, pues mucho del voto descontento con AMLO no está necesariamente en la franja joven. Los partidos que han caído en la entronización de la juventud como primordial recurso político, por lo general no han tenido buenos resultados. Sin embargo, también existe el otro riesgo: hacer de esa agrupación una bolsa de trabajo político para quienes han fracasado en sus lides electorales o andan de capa caída en la vida política. Si los personajes del sábado van a ser la oferta, será el reciclaje del frente del año pasado y no llegará lejos.
Por lo pronto, considero que hay que saludar el esfuerzo de construcción opositora que se quiere hacer en Futuro 21. Ante el embate autoritario hay que agregar y cualquier esfuerzo suma.
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