El pendenciero, el que tiene gusto marcado por el pleito, sin importarle ni el modo ni el contrincante, suele meterse en problemas. Es el caso de nuestro presidente. De existir la reencarnación, seguramente el presidente lo haga en cadenero de bar o en “sacamaloras” de algún antro, o simplemente en porro de algún equipo deportivo o de un grupo de golpeadores profesionales.
Encarrilado en las peleas cotidianas, López Obrador ha llegado a perder de vista con quién se mete. Porque, claro, no es lo mismo meterse con un local, que tiene que aguantar la furia acomplejada del titular del Ejecutivo, que ser un extranjero y voltear a ver por qué un presidente de otro país se mete contigo o con tu país. Y bueno, en su afán de pendencia AMLO ha topado con Estados Unidos.
Ya hemos comentado que los estadounidenses entienden muy bien que el presidente populista de algún país maneje un discurso hacia adentro, que fortalezca su liderazgo a nivel local, pero que en las negociaciones se comporte como socio y no como enemigo. En ese sentido, la administración Biden ha sabido manejarse con su vecino mexicano. Mandó un embajador que se hiciera cercano, que no tensara el ambiente, pero que sacara lo que les conviene a ellos. Normal. Así, la alharaca nacional se queda en casa, nada de qué asustarse.
Sin embargo, nuestro presidente ya empezó a confundir el amor con las ganas de ir al baño, a cruzar los cables y a no entender que lo que dice también puede tener repercusiones. Amenazar con meterse en las elecciones de otro país es un agravio desde donde se le quiera ver. En Estados Unidos fue un problema de enormes dimensiones la intención y operación rusa de meterse en las elecciones en el pasado reciente. Fue un asunto gravísimo de seguridad nacional. Que ahora el presidente mexicano haya declarado la intención de sabotear a un partido político en el próximo proceso electoral es un asunto delicado que, seguramente, los norteamericanos se toman con cuidado. Que sepan la ineptitud de campeonato del gobierno mexicano para siquiera organizar una rifa no significa que no sea un asunto que se deba tomar con seriedad.
Nuestro presidente cree que puede decir lo que sea como si el radio de repercusión fuera su rancho en Palenque. Las declaraciones que hizo preocupan por su irresponsabilidad, sobre todo, pero también por su ignorancia. En la época moderna de México, me parece que AMLO es el Presidente más ignorante respecto de la política estadounidense. Pero más allá de eso, también desconoce la realidad de los mexicanos que viven allá. Pensar que son carne electoral manipulable desde acá no sólo es un error, sino también un despropósito. El error consiste en creer que los mexicanos allá no votan por los republicanos. Basta ver cómo votaron por Trump para aclarar el punto. Y por otro lado, el despropósito del pleito que trae el Presidente con congresistas locales, muchos de los cuales tienen entre sus votantes a mexicanos que ya sufragan en ese país y que responden a muchas otras motivaciones que a lo que diga nuestro merolico en la mañanera.
Así, lo que está provocando nuestro presidente es, lejos de meterse en las elecciones estadounidenses, provocarles problemas a nuestros paisanos allá, que son los que resienten las olas de racismo y maltrato, que sí pueden ser provocadas por una irresponsabilidad de quien no cuida sus palabras. El costo de este pleito presidencial lo pagarán los paisanos, no el Presidente.
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