El PAN pasa por uno de sus peores momentos. Y no me refiero a lo electoral, sino a lo que sucede al interior de ese partido. El problema es precisamente que de sólo fijarse en lo electoral, el partido ha quedado devastado. Sin banderas que defender, corrompido y sin definiciones se entiende que se haya lanzado a la nada junto con lo que queda del PRD y lo que es –cualquier cosa que sea– Movimiento Ciudadano. A su dirigencia no hay idea que le importe, por eso la fusión. Le importan los cargos, el repartidero. El PAN ha terminado por ser lo que tanto criticó. En sus filas abundan expriistas –más que en Morena–. De hecho, los priistas dominan en ese partido, no sólo como personajes sino también en sus formas. Nada explica mejor eso que de su Consejo Nacional los responsables de las comisiones de Acción Política y de Doctrina sean encabezadas por expriistas.
En algún momento muchos pensamos que Anaya le daría vitalidad de rumbo al partido, pero resultó el más voraz de todos. El resultado de que el jefe del partido encabezara la codicia y desmesura en busca de una candidatura, es la división del partido por las candidaturas. En ese partido no se habla de otra cosa. La división es profunda y no parece que la campaña presidencial vaya a funcionar como sostén de la unidad. El personalismo es la norma, no importa por encima de quien se pasa. No otra cosa es el movimiento de Javier Corral que la búsqueda de sobresalir incluso afectando severamente la tenue imagen de Ricardo Anaya. El candidato presidencial ha sido opacado por los delirios mediáticos de Corral. Se habla ya de la equivocación de nombramiento del abanderado del Frente, pues mientras el chihuahuense hace política, el queretano parece concursar para formar parte del trío Los Calavera.
¿Cómo interpretar los recientes sucesos en el PAN? La salida de Gabriela Cuevas, independientemente de lo procaz de la forma, habla de una cerrazón de espacios. La salida de Margarita fue porque no la dejaron siquiera competir. Que el único militante de ese partido que ha sido secretario de Hacienda no presida la comisión de Hacienda en el Senado, sólo tiene como explicación el odio porque políticamente es un absurdo. Que un parlamentario talentoso como Roberto Gil no pueda aspirar ni a ser regidor en su partido, habla de que lo importante en el panismo son las complicidades por encima de las capacidades. ¿Y los ataques mutuos entre los liderazgos que quedan en ese partido? ¿Y las salidas que vienen? ¿Cómo explicarse el texto de Germán Martínez (Reforma 31/01/18) sin el ingrediente de la exclusión? Si el expresidente del PAN tuviese en su partido un mínimo de posibilidades de hacer política, quizá no hubiera caído ante los recientes y sorpresivos encantos del Peje. Martínez, como buen católico, camina por la vida con sus culpas (él prefiere llamarle dudas), y decidió hacer públicas sus reflexiones en torno a quien fuera su adversario de años y al que combatió con ideas, humor y ferocidad. Es de guerreros nobles reconocer el valor y el talento de quien uno ha enfrentado. Pero más allá de eso, los elogios a AMLO los pone el todavía panista porque no encuentra virtudes semejantes en el candidato de su partido. Germán –que me privilegia con su amistad– decidió dar un paso que a todos nos sorprendió. Se agradece un texto reflexivo en estas épocas de turbulencia, pero es innegable muestra de que algo está podrido en ese partido, tanto que uno de sus políticos más brillantes prefirió poner un pie afuera.
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