El propio AMLO verá en su paso por la historia cómo lo perseguirá la sombra del fiscal Alejandro Gertz, una sombra negra, de destrucción, de persecución.
La autodenominada cuarta transformación ha sido pródiga en ocurrencias, anécdotas chuscas, estupideces y gracejadas. Episodios que pueden formar parte del museo del ridículo. Claro, muchas de esas efemérides son meros dichos, disparates propios de una clase gobernante que no sabe dónde está parada, una mezcla de comicidad involuntaria con consignas ideológicas que resultan verdaderamente bufonescas muestras de ignorancia y desfachatez y que hacen de este sexenio un periodo en el que resulta imposible aburrirse.
Como todo lo que sucede en los gobiernos, las cosas no se detienen en lo chusco. El resultado, por ejemplo, de tener a un desequilibrado de titular en alguna cartera es el paralizar al sector que debe atender, lo cual significa un costo para el país que nada tiene que ver con las gracejadas que diga o las consignas ideológicas que grite el funcionario.
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El caso más sorprendente y preocupante en este gobierno ha sido el del titular de la FGR, el señor Alejandro Gertz. Al contrario de muchos de sus compañeros de gabinete –nadie cree que es autónomo– no protagoniza momentos chuscos o hilarantes, sino que es el que tiene el papel estelar del enloquecimiento de un funcionario y el terror de la demencia en que ha convertido la procuración de justicia en este país.
Ya se ha mencionado en repetidas ocasiones: el señor Gertz Manero ha convertido la Fiscalía en una oficina en la que se atienden sus fobias, sus odios personales y sus enfermizos deseos de venganza, que recorren una gama que va desde mujeres nonagenarias hasta periodistas y compañeros de gabinete. La última que nos enteramos del fiscal es que su oficina, es decir la Fiscalía General de la República, señala a Mario Maldonado –un periodista serio y respetado que ha puesto una lupa precisa al caso Lozoya– como involucrado en el caso del espionaje que le hicieron al fiscal. También una mujer activista –casualmente con una relación con un miembro de la familia Cuevas que tanto ha perseguido y lastimado el fiscal– es señalada como participante del espionaje. Así pues, tenemos otra vez al fiscal dando seguimiento puntual a sus casos personales, utilizando los recursos del Estado en perseguir a sus críticos y a quienes ocupan un espacio en su gigantesco archivo del odio. A todo esto, hay que subrayar que Gertz, un funcionario público que debiera rendir cuentas, no ha hecho un solo comentario de la cadena de escándalos en que se ha visto envuelto –incluida su descomunal y también escandalosa fortuna personal.
La insania que caracteriza este ejercicio de la Fiscalía será sin duda una de las marcas del gobierno de López Obrador. No hay escándalo que le parezca suficiente al presidente; para él Gertz es un hombre impecable, un tipo honesto y capaz, aunque el resto del país –incluidos los cercanos al Presidente– lo vean como un riesgo para su gobierno y un azote para la justicia en este país. No hay capital político que pague lo que hace Gertz. El propio AMLO verá en su paso por la historia cómo lo perseguirá la sombra del ahora fiscal, una sombra negra, de destrucción, de persecución, de haber subordinado un proyecto nacional a la venganza personal y a las enfermedades del odio.
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