El energúmeno

Para el presidente hablar de la tragedia es querer tenderle alguna trampa electoral, querer culparlo de lo que pasa en el país cuando él nada más es presidente y no tiene por qué andar tomándose fotos con personas en desgracia.


 


No todo sale bien en las mañaneras. Ya van algunas ocasiones en que se cuelan periodistas de verdad y hacen preguntas y confrontan al presidente, que se comportan como si eso fuera una conferencia de prensa. El viernes pasó y el periodista Ignacio Lozano le lanzó una serie de preguntas a López Obrador cuyas respuestas se convirtieron en notas de diferentes temas. Digamos que la del viernes no fue la puesta en escena de todos los días en la que un hombre habla sin parar sin que nadie le cuestione algo, y se convirtió en un evento en el que se hacen preguntas cuyas respuestas corren riesgos; esto es, una comparecencia ante prensa profesional. Y claro, el presidente resbaló y dijo barbaridades, lo cual, hasta cierto punto, es normal.

Lo que llamó la atención fue ver al presidente fuera de sí cuando se le preguntó por qué no había ido a visitar a los heridos en el accidente del Metro de la CDMX. En esa batalla incesante que libra con el pasado dijo que él no era hipócrita, que eso nada más servía para la fotografía: “Al carajo con eso también”, dijo visiblemente enardecido. Al presidente las tragedias lo intimidan, sacan un lado de él que desconocíamos. No tiene la más mínima empatía con las víctimas, no quiere acercarse, siente que algo le va a pasar, algo se le va a pegar, que saldrá lastimado; no quiere que se le asocie con las desgracias, sean naturales o de errores humanos, él quiere ser asociado a una revolución que solamente él cree que está haciendo. Por eso no quiere hablar de estos temas, los evade y no los toma en cuenta para siquiera expresar un mínimo de solidaridad, de compasión, de esa que se supone que debió enseñarle Jesucristo, a quien tanto admira por sus sacrificios. Nada, para el presidente hablar de la tragedia es querer tenderle alguna trampa electoral, querer culparlo de lo que pasa en el país cuando él nada más es presidente y no tiene por qué andar tomándose fotos con personas en desgracia.

Al carajo con la tragedia. Lo importante es atascarse unas suculentas tlayudas porque la vida sigue, por lo menos en Palacio Nacional. Al carajo con los muertos y con los heridos que no son otra cosa que simples armas para los opositores, esos que confabulan con fuerzas extranjeras y traman actividades “golpistas”. Es claro que para el presidente los muertos no existen, no habla de ellos. Nadie muere en su gobierno, todos viven y son felices, sólo desde la infamia y la traición se pueden negar a la felicidad que chorrea a borbotones por todos lados en la cuatroté. El mismo viernes pasado, en este periódico, Macario Schettino (Al señor Presidente, 0705/21) publicó un artículo puntual sobre la preocupación por la salud mental del presidente, en la que se aprecian marcados rasgos de narcisismo y sociopatía. “Su problema es mental”, dice Schettino. Y no es aventurado decirlo. Llama la atención ver al presidente comportarse en un evento público como un hombre habitado por la furia y usando un lenguaje procaz y majadero. No tiene límites, no conoce filtros que le permitan procesar ciertos problemas y retos de manera normal. Sus definiciones son delirantes: van de la paranoia local a la denuncia de complots internacionales en su contra.

Por lo pronto, el presidente está hecho un energúmeno que culpa a todos de que las cosas no salen como él lo había planeado y encima de eso hay desgracias con muertes y heridos y se le pide que sea solidario. ¡¡¡Al carajo con eso!!!

 

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