La discusión política no solamente se da en podios con discursos, hoy en día la vivimos más en las redes sociales.
Para mucha gente Twitter es un ágora, es una academia donde se dan los debates políticos más importantes, un lugar para dirimir diferencias, para sacar complejos, presumir conocimientos y llenar el tiempo ocioso. En realidad, como se ha dicho, es una cantina en la que todo es una gritería.
La semana pasada se dio una discusión por un debate que sostuvieron en un programa de televisión Denise Dresser y Gibrán Ramírez. La señora Dresser es ya muy conocida y no necesita presentación. Sus plagios son célebres como sus arranques de histeria cuando se le contradice. Su vanidad no tiene límites y es muy popular en un rubro socioeconómico que la considera una importante pensadora. Una revista de sociales considera que ha sido factor del cambio en el país y la ha galardonado por lo mismo. Algún día escribió un texto en el que lamentaba el futuro que le esperaba a su jardinero, su nana y su chofer.
Gibrán Ramírez es un joven brillante de Morena que ha irrumpido en los medios de comunicación representando las ideas y programas del gobierno de López Obrador. Gibrán tiene una inteligencia potente, está preparado académicamente, escribe muy bien y le gusta la polémica. No se achica ante los interlocutores y su inteligencia le ha permitido conquistar espacios. Es parte de un nuevo grupo de opinadores que necesariamente tiene que estar en la arena pública, pues representa el nuevo oficialismo. No estoy de acuerdo en casi nada con él, pero entiendo que, como parte de los cambios, los medios han necesitado de nuevas voces y, sin lugar a dudas, la de Gibrán destaca por encima de las demás.
En la discusión televisiva, la señora Dresser, harta de lo que ha de haber considerado insolencias de un chamaco en formación, preguntó a Gibrán cuántos años tenía en 1994, en que se dieron ciertas reformas. Es obvio que la señora lo quiso “jovenear”, es decir, utilizar la edad para descalificar. El gesto de Dresser deja ver el desagrado que le produce discutir con alguien que considera menor intelectual, académica y socialmente. Gibrán no se deja intimidar y discute. La descalificación de su interlocutora subió a Twitter y se armaron los bandos. Como Gibrán no es agraciado físicamente, los insultos al respecto no se hacen esperar: el ya consabido indígena, la alusión al color de la piel. Y en el caso de Dresser, la típica expresión misógina a de “vieja malcogida” racista y cosas por estilo, todas reprobables.
Como en cualquier pleito, siempre hay cosas que llaman la atención. Ahora salió en defensa de Denise otro articulista de Reforma, el señor Jorge Suárez-Vélez. Escribió que Gibrán no “merece” estar en el programa “La hora de opinar” (en el que se dio el debate), y agregó que no es justo que el joven debata con los demás invitados porque personas como Dresser y Juan Pardinas son “intelectuales” (Pardinas es un hombre brillante que ahora dirige Reforma, posición en la que seguro tendrá éxito por su capacidad y talento para el trabajo, pero no es un intelectual –ni creo que pretenda serlo– y la señora Dresser, insisto, es una plagiadora profesional). Suárez-Vélez ha escrito un libro y cientos de artículos para publicaciones por toda América Latina, lo cual tampoco lo convierte en un intelectual.
Queda claro que hay en esos comentarios de los liberales una arrogancia de clase, un pensamiento alrededor de los merecimientos para los que se considera iguales y una clarísima exclusión de quienes se piensa que no deben siquiera salir en la televisión. Estas actitudes también explican el triunfo electoral de AMLO. Si bien es cierto que no hay que perdonarle a este gobierno sus errores y dislates, sería muy bueno que sus adversarios revisemos nuestras actitudes y no sólo nuestros textos en la nueva discusión pública.
Te puede interesar: Adiós a la negociación
@yoinfluyo
redaccion@yoinfluyo.com
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com