Los nudos de tráfico que se hicieron con la manifestación de taxistas fueron aprovechados para robar a mano armada a los automovilistas que esperaron durante horas para poder avanzar.
Delinquir en México es ya una actividad cotidiana. No se necesita pertenecer al crimen organizado o alguna banda de ladrones. En actividad de cualquier tipo se cometen delitos y abusos porque la autoridad, el gobierno, ha renunciado a su responsabilidad de brindar seguridad a los ciudadanos. Maestros, taxistas, ultras, normalistas o habitantes de un municipio en Chiapas, no importa el grupo ni el lugar, se cometen tropelías, delitos tipificados que no solamente son ignorados por la autoridad, sino solapados por la inacción gubernamental.
Ya hemos comentado en este espacio el asunto de los taxistas en la Ciudad de México que ahorcaron a la ciudad y los accesos a la misma sin problema alguno. Muy al contrario, se les puso una mesa de negociación. Dejando en claro que el chantaje a la autoridad funciona como en otras épocas. Las vidas de millones de habitantes de esta ciudad son subordinadas a la extorsión del grupo en turno. Si son los radicales porque asaltan comercios, los queman, rompen vidrios, destruyen el mobiliario público, todo a la vista de la policía capitalina, o si son los taxistas, o quien fuere, todos tienen espacio para hacer lo que se les pega la gana. Los nudos de tráfico que se hicieron con la manifestación de taxistas fueron aprovechados para robar a mano armada a los automovilistas que esperaron durante horas para poder avanzar.
En las redes se puede ver un video en el que un grupo de ciudadanos chiapanecos con lujo de violencia golpea a su presidente municipal, lo amarran a una camioneta y lo arrastran por las calles del pueblo. Los linchamientos se han vuelto una costumbre para tomar justicia por propia mano. La agresión física a militares y policías es también una actividad recurrente. La semana pasada, de viernes a domingo, se cometieron 292 homicidios, el fin de semana más violento de la historia reciente. De hecho, el domingo se superó el récord de 100 homicidios promedio para alcanzar los 102 asesinatos. ¿Cómo no estar feliz, feliz, feliz?
En el Estado de México unos estudiantes normalistas, que aspiran a ser profesores y educar niños y jóvenes, robaron 92 camiones y secuestraron a igual número de choferes. La autoridad dice que los “retuvieron”, pero eso fue un secuestro que duró varios días. Es un escándalo que eso pueda suceder, llevar decenas de camiones y de personas sin que nadie reciba un castigo, una infracción. Por supuesto, fueron recibidos por el gobierno de López Obrador y se les ofrecieron a cambio las plazas que pedían. Es el triunfo del delito.
El responsable –es un decir– del gobierno fue el subsecretario Ricardo Peralta, un hombre que se ha especializado en enredar las cosas y en decir barbaridades. En una entrevista con Ana Francisca Vega dijo que querían “cambiar el chip de todos los mexicanos”. Suerte con eso. Para el subsecretario, los secuestrados no eran víctimas, para él las víctimas son los secuestradores y no se pueden decidir las cosas por “juicios sumarios que se hacen en las redes”, sino que hay que entender el contexto de marginación del que vienen los normalistas que no cometieron ningún delito. Que decir lo contrario es hablar desde el privilegio. Esto es, si un grupo de personas secuestra a otro, primero se tiene que entender el contexto para determinar que no hay víctimas ni delitos. El subsecretario que le ofreció plazas y hasta pagarles ese día a los normalistas dijo que había que modificar “esa costumbre de querer doblegar al gobierno para tomar decisiones”. Los normalistas se han de estar carcajeando.
Ante la autoridad omisa, ante el fuchi y el guácala, el crimen se enseñorea y el delito tiene permiso.
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