Tenemos un gobierno que festeja las cosas que no suceden como actos propios. Le ha dado por anunciar y celebrar lo que no sucede.
Algo que resulta curioso de este gobierno son los festejos que hacen sobre cosas que no pasaron. Por supuesto, se entiende que para cualquier gobernante, mantener alejada la tragedia es parte de su suerte, pero también de sus decisiones y precauciones; sin embargo, este gobierno tiene una decisión vital sobre la que gira toda su política pública y sus hechos de gobierno: esa decisión es hablar, hablar mucho y que el que hable sea el presidente. Nadie pide grandes logros en escasos meses, pero un gobierno merolico obliga a revisar todo lo que dice. Parafraseando a Castillo Peraza, López Obrador es una boca que habla, que habla y señala, acusa, difama y distorsiona todos los días.
El presidente obliga a los demás a estar atentos de cuánto dice. Es él quien invoca a las calificadoras haciendo de ellas comentarios negativos; es él quien pone primeramente los planes de Pemex, anuncia obras faraónicas, muestra ignorancia sobre los temas y descalifica a los demás. El único cambio palpable que tenemos a la fecha es que el presidente no se esconde para hablar, pues sus “mañaneras” son quizá su único acto de gobierno tangible en positivo –porque la otra es en negativo: no gastar.
Tenemos un gobierno que festeja las cosas que no suceden como actos propios. Le ha dado por anunciar y celebrar lo que no sucede. De esa manera festejaron como un gran logro que por una centésima no logró caer en recesión. Festejan el no avance porque no es una caída. Celebran la salida del gabinete del secretario de Hacienda ¡porque es neoliberal! Una pena que no recuerden que lo nombró y defendió en su momento el propio presidente. Nadie se los quitó, no se fue a ningún partido o candidatura, simplemente renunció –con un poco de alharaca, hay que decirlo– pero ellos lo festejaron como un triunfo del gobierno. Ven la cosas al revés, creen que la inacción es una labor de gobierno ejemplar, a lo mejor piensan que el calor es no frío, que si cae la noche lo importante es que ya no es de día. No parecen ver propiedades positivas en la acción, sino el nohacer como un logro importantísimo.
Hace un par de meses organizaron, con el presidente a la cabeza, un mitin en Tijuana mientras Marcelo Ebrard negociaba con Trump la suspensión de la caída de la hoja de la guillotina de los aranceles. No hubo tal aumento en los aranceles –una amenaza real del presidente estadounidense– y a cambio nos convertimos en su Border Patrol, una especie de muro anhelado por Trump y que, efectivamente, iban a pagar los mexicanos. El gobierno festejó como si hubieran conseguido visas para todos o ganado el pase a la final del mundial de futbol. El costo lo estamos viendo: México persigue ahora migrantes centroamericanos y el racismo en contra de ellos crece en nuestro país. Pero a ellos les pareció un triunfo.
Así han celebrado las cosas que no pasan. De hecho, su mayor logro en infraestructura –así lo venden– es no haber hecho un aeropuerto cuya obra ya estaba avanzada. Así las cosas. Quizá en las próximas olimpiadas tendremos que festejar no llegar a las rondas finales, porque sería posible perder. Tener un gobierno con antilogros parece ser uno de los primeros frutos de la 4T. Y todavía dicen que avanzamos.
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