El autoritario

No es para menos la indignación por el agandalle del gobierno y su pandilla de legisladores la semana pasada. Se trató de una de las experiencias más grotescas en términos de aplicación de la mayoría. Todo el priismo con el que se formaron el presidente y sus secuaces salió a relucir en esta maniobra digna de película de caciques: el autoritarismo más ramplón, el avasallamiento como muestra de poder, la felicidad por el agandalle, la ilusión de la ignorancia, la presunción de la fuerza bruta, la abyección con el líder, la desvergüenza de actuar en manada… todo eso que habíamos creído vencido hace unos años reapareció de la mano del dictadorzuelo Andrés Manuel López Obrador.

Pero esto nada más fue el anuncio de lo que viene. Debemos dejar atrás los engaños, las buenas intenciones, los resortes de las “convicciones democráticas” haciendo llamados al diálogo y necedades por el estilo. Estamos ante un gobierno autoritario que no se va a cansar en su esfuerzo por demoler todo lo que se haya construido en los últimos 40 años y esto incluye la SCJN, el INE, los medios de comunicación, los partidos políticos opositores y, por supuesto, la aspiración a vivir en un país medianamente civilizado y racional.

El sueño autoritario del hombre resentido que estuvo en campaña alimentando su odio por más de dos décadas recorriendo el país ha encontrado su ruta de implantación. La rabia es su resorte. No hay crítica que tolere. En sus delirios ve enemigos por todas partes y llega a niveles demenciales como el de ordenar que no se le conteste el teléfono a sus fantasmagóricos enemigos; hace chistes verdaderamente idiotas, muestra constantemente un desfase de la realidad preocupante.

Sin embargo, una cosa es que el presidente haga cosas que parecen delirantes en una democracia moderna y otra que ese tipo de conductas, propias de los gorilatos de los países bananeros, no sean el sueño de los populistas ensoberbecidos y eso es para lo que debemos prepararnos.

No se va a detener en los señalamientos verbales, la maquinaria de la destrucción hace tiempo que se echó a andar, pero para muchos se trataba de algunos “desvíos ideológicos”, “ciertos rasgos autoritarios”, “resortes de su nostalgia por el pasado nacionalista” y cosas de esas. Qué cara es la ingenuidad cuando de política y liderazgos se trata.

El presidente prepara ya sus golpes estelares y no son de preparación de su salida, sino de los cimientos de su quedada. En efecto, tal y como lo anunció desde los primeros días de su gobierno, hará todo lo posible por derrumbar el edificio de la democracia liberal para que el regreso de ésta sea imposible.

Por eso tiene que imponer el modelo y lo tiene que imponer, ya para que a nadie de los suyos se le ocurra desviarse. No se trata del planteamiento que vendrá, de la candidata o el candidato que vendrá, no: se tratará, como no puede ser de otra manera, de él, de la manera en que estará presente, aunque entregue la estafeta. Porque todo se trata de él y de seguir hablando de él.

Así que abróchense los cinturones, el autoritarismo está aquí y apenas enseñó los dientes.

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