El adiós de Encinas

Alejandro Encinas siempre fue un hombre de izquierda. Ya no más. Ahora es un hombre del lopezobradorismo que representa el populismo, el fanatismo nacionalista y la ineptitud gubernamental. El lopezobradorismo es también el sarcófago de la izquierda mexicana. Cada piropo del presidente a uno de sus seguidores es un epitafio involuntario a lo que fue el movimiento de izquierda en México.

Incansable acusador del Ejército y sus abusos, denunciante sistemático de las fuerzas de seguridad, activista contra la tortura, representante de víctimas y militante de partidos de izquierda, Encinas contaba con el respeto de sus adversarios (iba a poner que de propios y extraños, pero es más seguro que tuviera más reconocimiento afuera que adentro). Siempre fue un político de diálogo, pero también de firmeza. Tan es así que López Obrador nunca dudó al encargarle casos específicos, como el de Ayotzinapa, o dejarlo de sustituto cuando se fue de la Jefatura de Gobierno en la CDMX. Su honestidad, que al parecer le queda, nunca ha sido cuestionada en términos de corrupción. Sin embargo, en su ética política mucho tendrá que hablar consigo mismo. Él sabe que claudicó frente a los intereses militaristas del presidente. Hay personas a las que la consciencia, tarde que temprano, les pasa factura. A lo mejor pecó de ingenuo, pero considero que Encinas es todavía de esos.

¿A qué hora se jodió Alejandro Encinas? A la hora de colaborar con este gobierno. Ni modo, así es la apuesta cuando uno entra a un ejercicio institucional. No es lo mismo estar mentando madres en la calle que tratar de cuadrar una investigación compleja en la que tienes la lupa pública encima. No es lo mismo decir “fueron los militares” que comprobar que “fueron los militares”. Hay un abismo de diferencia que Encinas ya conoció a profundidad. Encinas trató de hacer malabares imposibles. No hay gobierno más militarista que al que por cinco años perteneció. Su líder, el presidente, le ha entregado de manera alarmante la administración pública al Ejército. Ni modo que saliera el señor justiciero a decir que eran los socios del presidente, sus hombres de mayor confianza –hace tiempo que quedó claro que Encinas no lo era–, los culpables de una de las mayores atrocidades de la última década. Con los militares topó y el jefe del Ejército es el Presidente, así que la indicación fue clara y don Alejandro se tuvo que ir.

Poco antes de su salida, en un intento desesperado por culpar a alguien, por no salir con las manos vacías, por quedar bien con su propia historia, intentó involucrar a Omar García Harfuch en la matanza de normalistas. García Harfuch será el candidato a la CDMX, muy a pesar de la negativa de Encinas y otros que se sienten “herederos del 68″, porque lo consideran una traición a sus ideales por ser familiar de militares. Otra “heredera del 68″, la señora Sheinbaum, considera que los reclamos no son atendibles y juega todo por el policía. Para desgracia de Encinas, terminará sirviendo la misma causa que García Harfuch. La humillación en política siempre encuentra caminos inimaginables.

El presidente lo dijo claramente: se van a atender “asuntos electorales”. Adiós a las víctimas, adiós a los derechos humanos, adiós a la lucha histórica, adiós a la izquierda. Adiós a Alejandro Encinas.

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