Por eso nuestra oposición sigue hundida: prefiere ver un pacto Peña-AMLO que la mediocridad de sus partidos, la carencia de liderazgos y la torpeza con que se mueven.
La UIF pasó de ser –en el pasado– un lugar escondido donde se hacían extorsiones secretas, a un lugar muy ubicable en el que se hacen decapitaciones públicas. Hay que decirlo: quizás entre los aciertos de este gobierno está el de haber ventilado los alcances de la Unidad de Inteligencia Financiera. Que la han usado para venganzas personales y políticas es otra cosa. Ya se puede dividir muy claramente la labor de la UIF entre la de Santiago Nieto y la de Pablo Gómez. Nieto, siempre ansioso de reflectores, se dedicó a la filtración abierta de datos de adversarios políticos del presidente y aprovechó para revanchas personales de la más baja estofa. Los dichos y amenazas del presidente eran acompañados de fichas de depósitos y números de cuentas bancarias. La voracidad por estar en el centro del escenario perdió a Nieto y, de ser un investigador temido, pasó a ser un ambicioso repudiado.
Llegó Pablo Gómez, un viejo político, un parlamentario experimentado de una mamonería innegable, pero también de oficio y colmillo. Al contrario de su antecesor, Gómez se alejó de los reflectores, arregló las relaciones con la FGR –que su antecesor había deteriorado notablemente– y optó por un perfil discreto e institucional. Apareció públicamente para hacer comentarios sobre una reforma electoral –materia en la que es un gran conocedor– y el día de ayer se presentó en la mañanera para anunciar que la UIF presentó una denuncia ante la FGR en contra del expresidente Peña Nieto por operaciones con recursos de procedencia ilícita. Como se puede ver, son dos perfiles muy distintos el de Nieto y Gómez. Ahora bien, según lo anunciado, el caso ya está en manos de Gertz, lo cual podría darle cierta tranquilidad al expresidente, pues todo lo que ha pasado por ese despacho ha sido un desastre. Es una fiscalía en la que se atoran los casos institucionales y se procede con minuciosidad en los desquites personales del fiscal.
En la comentocracia mexicana hay una tendencia a la pactitis: reducir el triunfo de alguien o la consecución de algo a un oscuro pacto entre fuerzas tenebrosas. Por supuesto que en política hay de eso, pero también no todo es pacto, hay cosas que son simple decisión. No proceder contra un antecesor, por ejemplo, también puede estar fincado en una visión a largo plazo. Mucho se ha hablado ante el apabullante resultado electoral favorable a AMLO de un pacto con Peña para haber ganado de esa manera. Me parece un error verlo así, porque, en primer lugar, impide ver las fallas cometidas, pero también los aciertos del otro. Por eso nuestra oposición sigue hundida: prefiere ver un pacto Peña-AMLO que la mediocridad de sus partidos, la carencia de liderazgos y la torpeza con que se mueven. Lo anunciado el día de ayer parece desmantelar esa idea del pacto que favorecía al peñismo.
Más allá de saber cómo va a terminar el caso, podemos ya decir que un nuevo tema ocupará la escena nacional: el caso Peña. Veremos en los próximos días teorías y suposiciones acerca de personajes, operaciones, diálogos, compromisos y traiciones. Lo propio de un asunto de altos vuelos. Este caso también viene a dar algunas paladas más de tierra a la fosa que se cava para el ataúd del PRI. Parece que vienen tiempos movidos.
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