Las campañas electorales se basan en dilemas que se plantean a los electores. Sí o no, continuidad o cambio, pasado contra futuro, derecha o izquierda, viejo contra nuevo, juventud o experiencia, en fin, que se puede poner en la mesa casi cualquier tema público. Por supuesto, se trata de una simplificación de los retos o problemas que tiene una nación, pero también ayudan a perfilar al candidato que lo proponga.
En las elecciones argentinas, el triunfo de Javier Milei llamó la atención en todos lados ya que se trataba de un candidato estrambótico con claros síntomas de desequilibrio. Milei ganó, arrasó con sus planteamientos, por más locos que fueran. Carlos Bravo Regidor, en un texto publicado ayer (Cuando el miedo ya no espanta.
Reforma 30/11/23), dice que en esa elección algunos planteaban lo siguiente: “Una victoria de Milei, advertían, es una amenaza a la democracia argentina. No era una apología a la administración de Alberto Fernández, tampoco una reivindicación del programa de Massa, ni siquiera una defensa de la ‘cuestión social’ frente al ultraderechismo ‘anarcocapitalista’ del candidato opositor. Era un intento en el último minuto de activar la aversión al riesgo, una estrategia desesperada para situar al electorado en una posición defensiva respecto al statu quo, una manera muy interesada de asustar a los votantes. (…) tras los desastrosos resultados de su gestión. ¿Con qué cara se atrevieron los peronistas a proponer el dilema de ‘nosotros o la dictadura’?”. Y es que, en efecto, tratar de poner un dilema como el de la democracia frente a una crisis económica enorme pues es poco efectivo, por decir lo menos. Que López Obrador sea un autoritario y que es mejor la democracia no es un dilema que se le pueda plantear ahora a los electores mexicanos, y si se hace ya se sabe que el resultado será a favor de AMLO, pues su popularidad incluye su estilo.
Para las elecciones presidenciales del año que viene, Claudia Sheinbaum ya tiene su dilema planteado –quienes representan al gobierno normalmente proponen el tema de la continuidad–. Continuidad o cambio, plantea Sheinbaum a una ciudadanía que se siente contenta con el gobierno y, más aún, con la figura de López Obrador. Es un asunto que nadie le va a disputar y en el que claramente ella se siente cómoda como “la heredera”, la “consentida del profesor”, la persona en que confió López Obrador para la continuidad de su obra –por decirle de alguna manera a esa sistemática destrucción de todo lo hecho en 30 años–. Así que es lo que escucharemos en su campaña: mucho López Obrador, mucho juramento de fe ciega para el líder y le mimetización de la señora en una especie de “Peje científico”. A ver qué resulta.
Xóchitl ha tardado en plantear su dilema para primero darse a conocer. No debe tardar en ponerlo en la mesa, pues el dilema es parte de darse a conocer frente a eso que quiere derrotar. Sabemos que el cambio como tal no va a ser muy pegador, pero seguramente algo le arrojarán los estudios que deben tener para encontrar la manera de crecer en las preferencias. Su éxito dependerá en mucho del dilema que plantee y en la forma en que lo haga.
También Samuel García tiene planteado su dilema. Se trata de lo nuevo contra lo viejo, la vieja política contra la nueva política, lo fosforescente contra lo pálido. A reserva de lo que suceda con el zafarrancho que se traen en Nuevo León con lo del interinato, eso es lo que veremos en el candidato de MC, que será acompañado y potenciado en sus mensajes por su esposa Mariana, que promete tener un papel estelar en esa campaña.
Te puede interesar: Los demócratas del corporativo
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com
Facebook: Yo Influyo