Diez años de Morena

Morena cumple diez años de haber logrado su registro como partido político. Es una década en la competencia electoral mexicana. Si bien es cierto que es poco tiempo, no lo es el que llevan sus líderes en la política nacional; concretamente, su líder, fundador y todopoderoso, Andrés Manuel López Obrador, ha estado en el liderazgo de tres partidos distintos a lo largo de su carrera.

Morena nace como un movimiento para no tener las rigideces de los partidos y para competir de manera distinta con la partidocracia mexicana, tan desprestigiada desde hace más de una década. López Obrador, líder indiscutible de esa ala opositora, encontró en Morena la clave que necesitaba para obtener un vehículo que lo llevara a la Presidencia del país, cosa que, como todos sabemos, logró de manera aplastante en las elecciones de 2018. Cuatro años le bastaron al tabasqueño para cumplir su sueño de dos décadas.

Ciertamente, nada hay nuevo en lo que ha hecho López Obrador, pero hay que reconocerle innegables méritos, como el de la tozudez de formar su propia organización, y saber aprovechar las corruptelas y la degradación opositora para jalar torrentes de agua a su molino. Me parece que uno de los más grandes errores de sus adversarios está precisamente en no reconocerle méritos, logros, triunfos. Solamente desde ese reconocimiento se pueden elaborar estrategias en su contra.

Los resultados de Morena están a la vista. De no tener ningún gobierno en las elecciones, están hoy en sus manos 23 de los 32 estados del país. Más su mayoría en los legislativos y, sobre todo, la imposición de un modelo autoritario y despótico comandado por su líder que fue el candidato más votado en las elecciones presidenciales de la época moderna en nuestro país. Si bien es cierto que compite con otros presidentes (Zedillo, Fox y Calderón) en los números de popularidad en su último año de gobierno, lo cierto es que también la aceptación de sus políticas, decisiones, y hasta sus enfrentamientos con otros elementos de la política nacional, gozan de amplia aceptación.

Si nada más se tratara de la carrera de AMLO, podríamos decir que el tipo se puede dar por satisfecho con lo logrado y que se podría retirar a su casa, rancho o lo que fuere con la tranquilidad del deber cumplido. Sabemos que eso no sucederá y que lo que viene no será sencillo de procesar para las huestes morenistas, pues la división parece asomarse ya por aquellos lares. Y no solamente eso. Con López Obrador también se irá la época de la aplanadora morenista, lo que le dará más realce a su propio liderazgo en el movimiento, pues le encantará recalcar la consabida frase “después de mí, el diluvio”.

En efecto, Morena, con diez años cumplidos y ya seis en la Presidencia del país, enfrenta el comienzo del declive y la derrota se campea ya en la que fuera la fortaleza lopezobradorista y morenista: la Ciudad de México. Las elecciones en esta entidad no serán un día de campo para el movimiento del Presidente; al contrario, Santiago Taboada –panista decidido a ganar– ha prendido las alertas de la derrota que más le dolería al movimiento del Presidente: la cuna de su vida política nacional, el lugar de sus triunfos y manifestaciones, el refugio de sus secuaces, la escuela de sus cuadros. Y bueno, el problema de crecer tan rápido en este tipo de cosas es que muy fácilmente se olvida que como se sube, se baja. Ya vienen para abajo.

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