Días de terror

El mundo vive días de preocupación. La guerra desatada por una serie de actos terroristas de Hamás en contra de centenares de israelíes inocentes ha puesto nuevamente en jaque el orden internacional. Mi solidaridad con el pueblo de Israel ante este nuevo embate de terror y mi vergüenza por la posición presidencial. Lo que hemos visto y veremos en los días siguientes son las respuestas de uno y otro lado. Se antoja difícil una tregua después de las imágenes que se han visto de bebés decapitados, mujeres, niños, jóvenes, ancianos que encontraron la muerte en un concierto de música electrónica, trabajando en alguna granja o porque estaban en su casa. A la fecha van cerca de tres mil muertos de ambos lados.

Quien quiera asomarse a los horrores del terrorismo puede acercarse a dos libros que me parecen notables. V13, un libro de Emmanuel Carrere (Ed. Anagrama). Es la crónica del juicio seguido a los terroristas que cometieron, en tres puntos diferentes de París, atentados que dejaron 130 muertos y más de 400 heridos. Carrere pone la voz de todos, y no hay manera de no estrujarse con el testimonio de las víctimas y sorprenderse con la historia de los victimarios.

Es muy probable que veamos actos terroristas en otros lados. Tal como sucedió en aquella ocasión en París, veremos a hombres convirtiéndose en mártires de su causa llevándose la vida de inocentes haciéndose explotar ellos mismos. Son las misiones suicidas, arma fulminante del terrorismo religioso y político.

El otro libro es El sentido de las misiones suicidas (Ed. FCE, 2005), una exhaustiva investigación llevada a cabo hace unos años por un grupo de especialistas y compilada por el sociólogo Diego Gambetta, sobre este tipo de actos terrorismo que han proliferado en el mundo. Al respecto estos puntos:

“Uno de los principales propósitos del terror político, siempre y en todas partes, es forzar a las autoridades a tomar represalias y a volverse más represivas, alienándose así a una parte de la población y generando simpatía por los terroristas”.

“Las misiones suicidas anulan toda oportunidad de una revancha psicológicamente satisfactoria, porque los perpetradores terroristas se han puesto cuidadosamente fuera del alcance de la justicia humana”.

“En la gran mayoría de los casos, las pruebas psiquiátricas indican que los terroristas son personas perfectamente normales (…). Los candidatos que muestran signos de psicopatía o de otra enfermedad mental son rechazados en interés de la sobrevivencia del grupo. Los grupos terroristas necesitan miembros cuyo comportamiento parezca normal y que no despierten sospechas. Un miembro que muestra rastros de psicopatía o cualquier grado perceptible de enfermedad mental será una desventaja para el grupo, cualesquiera que fueran sus habilidades”.

La Yihad Islámica, que junto con Hamás entrena a los asesinos suicidas, explica: “Nosotros de plano no admitimos a personas deprimidas. Si hubiera una oportunidad entre mil de que una persona fuera suicida, no le permitiríamos que fuera al martirio. Para ser mártir con bombas tienes que querer vivir”. La misma lógica extraña se aplica a Hamás, que rechaza a cualquiera “que cometa suicidio porque odia al mundo”.

“En la segunda mitad de los años ochenta los secuestros aéreos se volvieron menos productivos, tanto para los objetivos del proceso de paz como, en términos más generales, a modo de herramienta para promover aún más la causa palestina ante un público internacional que ya la reconocía. La eficiencia decreciente de los secuestros aéreos despejó el terreno para acciones como las misiones suicidas, capaces de generar una gama más amplia de consecuencias deseables para las organizaciones: infligir un abundante daño militar, confortar el estado de ánimo palestino, afectar directamente a ciudadanos israelíes y mantener la cuestión palestina en la agenda internacional sin descalificarla”.

Lo que viene serán días de terror, días de sangre.

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