Pronto tendremos los volúmenes de Cocina Moral –donde se condenará al salmón y otros alimentos– y Jardinería Moral –seguramente el destierro de las orquídeas.
Para cualquier grupo de personas que gozan de su libertad en este país y que se unen en torno a un quehacer ciudadano, político y hasta empresarial, resulta difícil no ser señalado por López Obrador como un enemigo ya sea del pueblo, de la transformación que encabeza o simplemente ser un hipócrita. El presidente alza cada dos por tres el látigo para vilipendiar a quien juzga contrario y lo deja caer sin importar historia, causa o vocación del grupo que desató, por alguna razón, la causa de su ira mañanera. Porque, en efecto, el presidente López Obrador suelta su coraje, esparce su rabia muy temprano en la mañana: en días hábiles a partir de las 7:00 a.m.
No hay manera de que el presidente entienda el ejercicio de la crítica –claro que no es algo que le encante a ningún presidente pasado o presente– pero López Obrador ha resultado particularmente alérgico a los comentarios que disienten. Tratar de entender a AMLO como si habláramos de cualquier político parece ser un error. Encontraremos respuestas más precisas si lo tratamos de entender como pastor, como guía religioso, como un cruzado que tiene que cumplir una misión en la tierra para salvar a los demás.
Más allá de sus mensajes de campaña, me parece que tenemos suficiente con sus meses de presidente para entender su lenguaje y sus actitudes: hay que acabar con lo dejó el pasado, el pasado es nocivo, corrompió todo y a todos –menos a él, claro– hay que arrancarlo de raíz, hay que tumbar todo lo hecho, nada sirve, hay que destruir el templo y reconstruirlo, está maldito: es fruto de mentes ajenas al pueblo, del neoliberalismo, son cosas aprendidas en el extranjero, en otros idiomas, son producto de la hipocresía y la falsa religión, hay que limpiar, hay que purgar, hay que moralizar. Mo-ra-li-zar, pocas palabras parecen poner de buen ánimo al presidente. Hablar de moral pública le llena la boca, de moralizar el comportamiento de todos, porque no se trata solamente de la clase política sino de todos, por eso la Cartilla Moral se reparte en algunas iglesias evangélicas –o negocios similares– (es probable que pronto veamos inmorales en la cárcel). Por eso anunció que habrá de escribir para diciembre un libro sobe “economía moral”. Es claro que nuestro pastor considera la economía algo inmoral, pues conduce a la riqueza, la envidia, la avaricia y otras maldiciones. Hay una economía buena, moral, como ya lo enseñó la semana pasada con el tipo de productividad que su gobierno piensa apoyar: la de un humilde hombre con un jamelgo dando vueltas para hacer un delicioso y nutritivo jugo de caña. Mientras tanto hay que cancelar los gasoductos por su precio inmoral. Pronto tendremos los volúmenes de Cocina Moral –donde se condenará al salmón y otros alimentos– y Jardinería Moral –seguramente el destierro de las orquídeas.
La labor del santo es poco comprendida. El santo se compone mayoritariamente de soberbia y vanidad –es el caso que nos ocupa–, pero su voluntad de sacrificio, su disposición al martirio lo empuja a cumplir con el llamado a las grandes hazañas. Ya en este espacio en alguna ocasión cité a Michel Wazer con su libro La revolución de los santos, y es pertinente retomarlo: “El santo calvinista me parece ahora el primero de esos agentes autodisciplinados de la reconstrucción social y política que han aparecido tan frecuentemente en la historia moderna. Es quien destruye un antiguo orden que no hay por qué añorar. Es el constructor de un sistema represivo que probablemente habrá que soportar antes de poder huir de él o trascenderlo. Por sobre todo es un político en extremo audaz, ingenioso y despiadado, como debe ser todo hombre que tiene que llevar a cabo ‘grandes obras’, pues ‘las grandes obras tienen grandes enemigos’”.
Así pues preparémonos para una cruzada moral encabezada por el pastor-presidente.
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