En nuestro Presidente no existe el temor a la equivocación, equivocarse era una cuestión neoliberal que hoy en día ha sido superada. Nada hay que rectificar.
No dejan de sorprender los grandes descubrimientos de la cuatroté. El país está de lleno en una época en la que florece la ciencia y la tecnología bajo un lente distinto: nada es lo que era y lo que estaba bien en realidad estaba mal. No importa si se trata de una fecha o el desarrollo de una fuente de energía. Todo es nuevo: hay nuevas fechas y periodos históricos, las cosas sirven para otro efecto que para el que se pensaba y nuestro presidente explica de manera sencilla y aclara problemas complejísimos que sólo una mente poderosa y brillante como la suya puede procesar de esa manera.
Ignoramos los mortales ciudadanos si esto que sucede de un año a la fecha es nada más fruto de las ganas que tiene el presidente de compartir sus conocimientos a la par de hacer el bien y hablar de todos los temas posibles sin recato alguno, o si tiene un grupo de intelectuales trabajando todo el día en la recomposición de la historia y la “tropicalización” de cuestiones tecnológicas. Sea como sea, no han dejado de llamar la atención de quienes sentían tener un conocimiento especializado en algún terreno.
Ya sabemos que somos quizá uno de los habitantes más antiguos sobre la tierra. México, dijo López Obrador hace un año, se fundó “hace diez mil años” y hay pueblos en América Latina desde “hace cinco mil o diez mil millones de años”. También se ha descubierto que los aviones se repelen y que Manuel Bartlett es honesto (descubrimiento que raya en la genialidad). En nuestro presidente no existe el temor a la equivocación, equivocarse era una cuestión neoliberal que hoy en día ha sido superada. Nada hay que rectificar. Los aeropuertos se pueden hacer en cuestión de meses, los proyectos del gobierno son muy atractivos para todos los inversionistas, la corrupción ya se terminó, los pobres ya no lo son, el salario alcanza para todo, el mundo quiere invertir en México a manos llenas, todo va requetebién.
La semana pasada, el presidente abordó nuevamente uno de los temas que más le apasionan y en el que ha demostrado tener un dominio singular: la aviación. Según él, a finales del año pasado ya estarían operando pistas en Santa Lucía, dijo presupuestos y pues algo habrá fallado –a lo mejor el cerro que apareció– porque sigue sin haber nada. Pero bueno, la cosa es que el presidente explicó que el avión presidencial –que se sigue llamando así hasta que se venda– era solamente para “distancias largas” y que entonces no se podía usar en México. Mucha gente soltó la carcajada, otros intentaron burlarse de los dichos presidenciales sólo con el afán de desprestigiar a quien con solvencia nos dice qué es lo que pasa incluso con un avión. Por supuesto que los aviones se inventaron para “distancias largas” y, con el tiempo, unos más que otros, pueden cubrir mayor distancia y con menor combustible, pero eso se trata cuando se tiene que cruzar un océano. Es de todos conocido que en México todas las distancias son cortas y por eso no se necesitan aviones grandes. De hecho, tampoco se necesita el automóvil que también se inventó para cubrir distancias largas. La mayoría de los trayectos se pueden cubrir a pie o en burro sin necesidad de tener que usar un coche o algo así. Quizá si usted va de Chiapas a Tijuana le convenga ir en autobús porque, aunque no es muchísimo, sí se puede tardar un poco a pie. Hay que entender de una buena vez que solamente si se va a otro país se necesita el avión.
Muy pronto encontraremos nuevos y más descubrimientos gracias a la cuatroté. Quizá nos digan que el queso sólo es para las quesadillas, que las cocas son para las cubas y que los Reyes Magos salieron de Toluca rumbo a Macuspana, donde en realidad nació el niño Dios.
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