Delirios presidenciales

A veces los dichos, los refranes se vuelven lugares comunes. Aunque estén llenos de lógica y sean perfectamente comprobables, a fuerza de estar diciéndolos, a medio mundo se le olvidan o les parece que ya no vienen al caso.

El comentario es por aquello que dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”. Es de esos refranes que al Peje siempre le ha valido madres. Es claro que desde chiquito nada le comentaron sobre las malas amistades. Al contrario, con el tiempo aprendió las bondades de tener malas amistades y compararse con ellas. Ya lo hemos dicho en este espacio: es muy fácil que el presidente se sienta Gandhi si sus amistades son el mezquino Riobóo, la plagiadora Yasmín, el sicópata de Epigmenio o la facinerosa de Layda Sansores. Reunirse con la bazofia le provoca al presidente una suerte de sensación de autoridad moral que seguramente le hace levitar por los pasillos de Palacio.

Lo mismo sucede con sus pares de otros países. ¿Con quién se siente cómodo el presidente? Pues con sujetos que podrían representar la era de las cavernas, el prototipo del narcisismo o alguna nueva modalidad de la delincuencia y la criminalidad política. A Donald Trump siempre lo consideró un amigo, defendió su derecho a las amenazas e insultos que lanzaba en redes sociales. Seguramente lo extraña. Porque es cierto: se extraña a quien se admira.

En días pasados López Obrador entregó una condecoración al dictador cubano Miguel Díaz-Canel. Es una vergüenza para nosotros como país y una majadería para el pueblo cubano. Pero para nuestro presidente fue un momento sublime condecorar a un dictador que lo transporta a sus añorados de nostalgia. Se imaginó que condecoraba a Fidel Castro y que él era Echeverría y que juntos representaban a los pueblos del tercer mundo frente al imperialismo. Cosas de esas que pasan por la cabecita de nuestro presidente, en su mundo de fantasía donde él es el gran justiciero internacional.

Seguramente el presidente ve con pena que le hace falta Idi Amin o alguien así que le permita destacar su “humanismo mexicano”. Alguien que cuando le ponga una medalla, el presidente pueda pensar: “si a este le doy una medalla, lo menos que merezco es una estatua en el Zócalo o a la entrada de la ONU”. Porque no sólo condecoró al cubano, también dijo que organizará una defensa más activa para que se “unan todos lo países” y se defienda la soberanía y la independencia de Cuba. Este tipo de sueños grandilocuentes de sentirse libertadores como Simón Bolívar, se vivieron ya en los años de locura de Luis Echeverría, que al final de su gobierno quería candidatearse para el Premio Nobel de la Paz.

La condecoración que le dio López Obrador al tiranuelo cubano nos recuerda que ya se acerca el último año de gobierno y que vienen días de soportar los delirios de grandeza del presidente.

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