El derrumbe del PRI se hace evidente en la soledad de todos los peñistas que enfrentan acusaciones de ilegalidades que seguramente hicieron, pero que nunca esperaron ser descubiertos y exhibidos.
En muchas ocasiones para describir el estado de la política en determinada situación se usa una imagen ciertamente desagradable, pero certera en su significado: el excremento. Cuando la política –actividad que se deshace y rehace incansablemente– alcanza niveles de putrefacción, las figuras usadas tienen que ver directamente con cuestiones escatológicas. Es conocida, por ejemplo, la frase del gran periodista italiano Indro Montanelli: “Votar con la nariz tapada”, en referencia a la inmundicia política del momento, pero al mismo tiempo a la necesidad de participar en las elecciones. Antes de Montanelli otro paisano suyo, el escritor católico Doménico Giulliotti, había dicho “vomitar y después votar”. Así que las expresiones sobre la política pueden variar, pero en general son las mismas, se usan las mismas figuras y se dan en todas partes.
Si algo sabemos del sexenio pasado es que se movió en un lodazal nauseabundo, que para hablar de ese periodo hay que vomitar o taparse la nariz. Rosario Robles está presa y está sola. Ninguno de sus excompañeros del peñismo ha dado la cara por ella, siquiera con una tenue declaración. Emilio Lozoya, capturado en España, huyó durante meses por varios países y soltó la amenaza de revelar secretos para ver si conseguía una ayuda que nunca llegó. La suerte de los peñistas la tienen que correr solos, pues ha quedado claro que no son un grupo, no tienen cohesión y han optado por jalar cada quien por su lado y seguramente todos acabarán culpando a Peña alegando que hicieron lo que se les ordenó.
El día de ayer se dio a conocer, por parte del fiscal Gertz, que Emilio Lozoya, director de Pemex varios años el sexenio pasado, había aceptado la extradición y que regresaría a México desde España –país en el que está preso a solicitud de las autoridades mexicanas– para enfrentar aquí las acusaciones que se le hacen. Lozoya manifestó que quiere cooperar con las autoridades para esclarecer las acusaciones y para –palabras más, palabras menos– decir lo que sabe sobre lo sucedido en el sexenio anterior y ayudar en el armado de acusaciones a otros actores relevantes en el peñismo. El derrumbe del PRI se hace evidente en la soledad de todos los peñistas que enfrentan acusaciones de ilegalidades que seguramente hicieron, pero que nunca esperaron ser descubiertos y exhibidos.
El regreso de Emilio Lozoya le cae “como anillo al dedo” al gobierno de AMLO que, a dos años de su triunfo, ya se siente un gobierno sofocado e inoperante. Si bien es cierto que los juicios contra el exdirector de Pemex durarán mucho tiempo, que no se le podrá sacar jugo todo el tiempo al caso o que las expectativas sean muy altas para lo que va a decir el señor, pero el show inicial está garantizado y AMLO podrá avanzar dos casillas en su lucha contra la corrupción, aunque eso tendrá poca relevancia mientras la economía se cae a pedazos, la gente no tiene empleo y en su gobierno siguen Bartlett e Irma Eréndira.
Regresemos al inicio de este texto. Si el sexenio de Peña Nieto políticamente es materia fecal, Emilio Lozoya será el ventilador que haga que salpique por todos lados. Vendrán los escándalos, las denuncias, los señalamientos, las huidas, los escondites, en fin: el pus de un sistema que se derrumbó y que dejó como sepulturero a uno que salió de sus entrañas, pero que supo decirles, sin tapujos, “corruptos”, desde hace dos décadas.
Así pues, habrá que estar preparados, pues el ventilador está prendido, el espectáculo va a comenzar y habrá que taparse la nariz o ir a vomitar.
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