El caso de los feminicidios ha colocado al presidente y a su movimiento varios escalones debajo de donde piensan que están.
Dentro de los objetivos del presidente López Obrador y su movimiento, está el de transformar la historia de México, cambiar el rumbo que llevaba el país, llevarlo a nuevos derroteros. Lo han dicho de esa manera: se hacen llamar la “cuarta transformación”.
Una de las luchas diarias del presidente es rogar encarecidamente que “no lo confundan”, “que no son iguales”, que no los comparen con los anteriores.
Lamentablemente para ellos, son iguales, igualitos en muchas cosas aunque sería absurdo negar algunos cambios de forma y fondo, como no tener gente preparada en los puestos correspondientes, despreciar el conocimiento en todas las áreas, mexicanizar la ciencia, cancelar obras al chilazo, hacer de la extorsión política pública, correr a casi todos los que sabían algo y que nadie sepa quiénes son los responsables de las secretarías, entre otros, que ahora mismo no sabemos todavía si son buenos o malos.
Todos los presidentes anuncian cambios históricos, sus equipos son los mejores, los más preparados (en este caso, el presidente optó por brincarse ese aspecto, pero presume a los más honestos), todos dicen que harán las grandes obras: los aeropuertos, los trenes, los puentes; que acabarán con la pobreza que darán empleo, que habrá seguridad, que abatirán el crimen –cada quien a su manera porque, según todos, lo de antes no funcionó–, que México entrará en una nueva etapa y que será la admiración del mundo porque tenemos todo para lograrlo.
Todas estas son cosas que, por ejemplo, han dicho con veinte años de diferencia Fox y López Obrador.
El problema es cuando llega la realidad que normalmente es una fase no deseada por los poderosos, pero desgraciadamente siempre presente. Y es justo ahí cuando empiezan a “hacer historia” con los suyos, cuando se los empieza a “cargar el payaso” porque no pueden manejar el cúmulo de problemas que es un país como el nuestro. El problema es que junto con ellos nos carga a todos el payaso, pero ya nos conocemos. Es lo bueno.
“Hacer historia” es una meta loable, plausible, pero hay muchas maneras de hacerla y la historia tiene muchos escalones y es muy probable que cuando lleguen lo hagan por arriba y terminen colocados en los de abajo. El caso de los feminicidios ha colocado al presidente y a su movimiento varios escalones debajo de donde piensan que están. El presidente se ha metido en un pasaje oscuro, aunque él insiste que está iluminado. Es incapaz de mostrar un poco de solidaridad no con un colectivo, sino con una realidad que viven las mujeres mexicanas de todas las edades sin importar el lugar en que vivan. López Obrador cree que es una campaña contra él, no cree que asesinan a nadie siquiera, sino que le inventan cosas que le manipulan información los conservadores. En un muy duro editorial, el diario español El País señaló que en esta materia –los feminicidios– las palabras del presidente suenan “especialmente frívolas”, y que ante los reclamos femeninos, López Obrador “recitó un sonrojante decálogo improvisado en una de sus mañaneras, en ocasiones rayando en lo patético”. Más claro no se puede. Conste que fueron los españoles.
De la mano del presidente salió el senador Martí Batres a corroborar el dicho presidencial de que los feminicidios son culpa del neoliberalismo, y un grupo nutrido de senadores de Morena ofrecieron un mensaje en el que culpaban de desatención a los papás de la niña de siete años que fue encontrada asesinada y que representa buena parte el dolor nacional.
Así, de la mano, el presidente y su movimiento van “juntos haciendo historia”.
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