¿Y cómo quedaron los partidos? Pues destrozados. No solamente por la amplia victoria del morenista, también hay que sumar que los electores mexicanos decidieron mandar al sótano a los llamados partidos grandes.
Una de las desgracias del país en estos momentos es la falta de una oposición bien posicionada, activa, inteligente y presente. Durante décadas, la oposición fue el pivote que activaba resortes en la vida pública del país. Muchas cosas cambiaron para bien con una oposición constructiva, preparada y consciente de su papel. Y, de hecho, muchas cosas se estancaron o se degradaron cuando la oposición dejó su papel de contrapeso, se corrompió y se convirtió en una simple agencia de empleo, y en una fábrica de ricos cuyo mayor incentivo político era perder para evitar responsabilidades, pero sí ganar espacios en los legislativos, no para balancear al poder sino para venderse y mantener una serie de cacicazgos y controles cada uno en su partido. Por eso se borraron las diferencias. Uno de los grandes aciertos de campaña de AMLO fue denominar PRIAN a ese amasijo de intereses y mañas que daba lo mismo quién gobernara, pues los personajes de cada partido y sus allegados siempre eran los mismos. Incluso a la hora de buscar perfiles, se llegaban a parecer tanto que no había gran diferencia, como fue el caso de las candidaturas de José Antonio Meade y Ricardo Anaya: un par de nerds que ofrecían ser la antítesis de AMLO y que presumían no de sus compromisos sino de su preparación contra la ya conocida –y hoy patente– ignorancia e improvisación que ofrecía el Peje. El resultado es de todos conocido. Tan es así que ambos, Meade y Anaya, están desaparecidos de la escena política. Cosa curiosa, pues un líder opositor se hace en la batalla contra el poder y qué mejor que forjarse teniendo a AMLO en la Presidencia, pero este par de candidatos fueron el fiel reflejo de la oposición y terminaron “aventando el arpa”.
¿Y cómo quedaron los partidos? Pues destrozados. No solamente por la amplia victoria del morenista, también hay que sumar que los electores mexicanos decidieron mandar al sótano a los llamados partidos grandes. Su votación cayó a niveles, por ejemplo, en el PAN, de hace más de treinta años. Del PRI ni hablemos, el hundimiento asemeja el del Titanic. La semana pasada se dieron a conocer las cifras de militantes en cada partido, o más claramente, el número de caída de militantes en cada partido. Las cifras de los partidos opositores son pavorosas. En el PRI, de enero de 2019 a la fecha perdieron el ¡76% de su militancia! De más de seis millones y medio de militantes bajó a millón y medio. En el PAN las cosas tampoco están bien. En ese mismo lapso perdió 38% y quedó con poco más de 230 mil militantes. El PRD, que cualquiera lo piensa ya en el panteón, perdió 75% de militantes y quedó en algo más que millón doscientos mil militantes. Es probable que para la próxima elección sea el único partido en el mundo que tenga más militantes que votos.
¿Es importante la militancia hoy en día? No lo creo. Las opciones políticas, las maneras de participar han cambiado sustancialmente. En nuestro país, los propios partidos se han echado la soga al cuello al exigir militancias y otra serie de requisitos para limitar la participación de partidos y movimientos que no fueran aprobados por ellos mismos. AMLO pudo formar el suyo porque creyeron que nunca más volvería a despegar. La militancia se ha convertido en algo distante para el elector que se mueve por simpatías o por afinidades, incluso, por rechazo a alguien o algo (es el caso con la oposición antiAMLO: se trata de estar en contra de él y no a favor de alguien en específico). La exigencia de decenas de miles de militantes a los que quieren tener un nuevo partido es uno más de los obstáculos que ponían los partidos para hacer negocios. Si los partidos tienen que cambiar para adaptarse a una nueva situación, debemos entender también que la fuerza de los partidos pasará por muchas cosas antes que por su militancia, una figura que ya no sirve para nada, que a nadie le da orgullo y que se ha denigrado a un simple ejercicio de control.
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