Es el caso de nuestro presidente, a fuerza de decir que el pueblo es dueño de todo, que el mundo es malo y perverso porque está en contra de los mexicanos.
Los demagogos se van encerrando poco a poco en sus discursos. Si al principio una mentira, una exageración son tomadas como elementos de la retórica o parte de la pirotecnia verbal, con el tiempo se creen sus mentiras y construyen una realidad alternativa que es en la que terminan viviendo.
Es el caso de nuestro presidente. A fuerza de decir que el pueblo es dueño de todo, que el mundo es malo y perverso porque está en contra de los mexicanos; que somos un gran pueblo del cual han abusado propios y extraños, sobre todo los extraños que no han dudado en hacerse cómplices de malos mexicanos dispuestos a entregar nuestras riquezas a los imperios extranjeros, lo que se ha repetido desde algunos tlaxcaltecas que se entregaron por unas cuentas de vidrio a la codicia española hasta el maldito neoliberalismo que impulsó Salinas de Gortari y su escuela de prianistas. El presidente ya se cree sus cuentos.
López Obrador ha detectado con la sagacidad de su mente que una nueva ola de entreguismo es promovida por los conservadores que, como se sabe, son malos mexicanos que han sido educados en el individualismo materialista que todo lo corrompe. Acostumbrado a crear enemigos en su mente, el presidente ha tenido que ir cambiando de personajes para no aburrir al respetable que siempre está pendiente de las maldades del capitalismo salvaje. Así ha pasado del PRI al PAN, al PRIAN, a Calderón, a Salinas, Loret, Aristegui, la oposición, los austriacos que se agandallaron el penacho de Moctezuma y los españoles usurpadores que vinieron a robarse el oro desde hace siglos. El presidente cambia de enemigos porque sabe que son necesarios para mantener la flama combativa. Seguramente la parte que más le gusta del Himno es la de “mas si osare un extraño enemigo…”.
La semana pasada el presidente nos avisó que está dispuesto a pelearse con Estados Unidos, ni más ni menos. Para ese efecto ya señaló como fecha de batalla decisiva el aniversario de la Independencia mexicana, en septiembre 16, y con la plaza del Zócalo llena de fervor patrio. Un gran anuncio tendrá verificativo ese día. El presidente ya dejó claro que “no somos colonia”, que él no es “pelele de ningún gobierno exterior” y que CFE y Pemex son de los mexicanos y el que no los defienda es un traidor. Así de sencillo.
Poco más de un mes se dio el presidente para los preparativos de esta batalla soberana. Porque es él quien defiende la soberanía nacional frente a los embates de las potencias del mal. El presidente bueno y sencillo, el presidente con doscientos pesos en la cartera, el presidente humilde que se enfrentará al gigante voraz y arrogante que quiere arrebatarnos el petróleo y la dignidad. El David de Macuspana contra el Goliat del norte, la famosa lucha desigual que se repite una y otra vez a lo largo de la historia y en la que un aparentemente pequeño ser puede, con orgullo, inteligencia y dignidad, salir airoso de tan desventajosa batalla.
¿Qué hará el próximo septiembre nuestro presidente? ¿Anunciará el retiro del T-MEC? ¿Dejaremos de ser socios de Estados Unidos y Canadá? ¿Nacionalizará las empresas gringas que no han cesado de saquear? ¿Armará una gigantesca colecta para pagar a esos empresarios? ¿Veremos conmovedoras escenas de gente con gallinas y pollos o sus alcancías de cochinitos para cooperar con la causa soberana?
Un nuevo México se asoma en el horizonte: un país libre y soberano, independiente y digno emergerá del subsuelo nacional. Y ahí, en la plaza mayor, López Obrador, que es una síntesis de Benito Juárez y San Francisco de Asís, dará las campanadas de nuestra nueva gesta independentista.
La descomposición nacional, la degradación de nuestro país, convertido en una sala de manicomio, no ha hecho más que empezar.
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