Solo un día con AMLO como presidente y ya hay de qué hablar.
•No hay lugar para el optimismo a los que creen en el respeto a los demás y la libertad como faros de la vida pública. Tampoco para quienes creen que la modernidad es el camino del desarrollo. El presidente de la República es un populista, un hombre anclado en el pasado. Lo dicho y lo sucedido el sábado es el marco de lo que sucederá en el sexenio.
• La frase, ciertamente ridícula y ya convertida en lugar común, de “si le va bien al presidente, le va bien a México”, es acomodaticia, pretende quedar bien, muy de políticos de antes, es casi una muletilla para épocas de cambio de mando y fue desmentida con el discurso del sábado. Para el presidente, los buenos son los que están con él y los adversarios son los que siempre le han hecho daño al país y serán excluidos. Gobernará para los suyos. Queda claro que si le va bien al presidente, en muchas cosas no necesariamente le va a ir bien a México. Por el bien de todos, ojalá esto sólo dure seis años.
• Quienes pensaban que López Obrador, ya en la presidencia, sería un hombre institucional y sereno, se equivocaron. Y no lo va a ser porque el cambio que ofreció, el estilo que propuso y con el que ganó fue el contrario. Los anteriores presidentes se acoplaron a la investidura y sus rituales; AMLO no lo hará, le pondrá un sello diferente. Eso está bien, es parte esencial del cambio prometido. Habrá nuevos rituales, nuevos símbolos, nuevo lenguaje. El presidente se hará presente desde las seis de la mañana en todos lados. Una pesadilla.
• En su discurso, López Obrador prefirió hablar del pasado que del futuro. Elogió el México de hace cuarenta, cincuenta años. Dijo que el mejor economista había sido un abogado. Ese México encerrado en sí mismo, temeroso del mundo, en el que son más importantes las reglas no escritas que las leyes, un país opaco en el que la justicia la decide el poderoso. El México en que el PRI era partido que dominaba al país. Es ese México viejo, de maíz, el que añora, en el que creció. Por eso su frase favorita: “Me canso ganso”, es de un cómico famoso de mediados de los 50: Tin Tan. No hay futuro, sólo pasado.
• Como buen puritano, suele reprender a los demás, ponerse como modelo en materia de conducta, señala y lincha a quienes considera que están en pecado. Prefirió, en lugar de trazar un diseño de gobierno, señalar a los próximos culpables de sus fallos: los conservadores y los corruptos. Así cualquiera que no esté de acuerdo con él cabe en una de esas categorías que, según él, se corresponden. Porque viviremos los próximos años en un país en que los ciudadanos estarán en alguna categoría del lenguaje gubernamental: los fifís, los neoliberales, los conservadores, los hipócritas, los porfiristas, los oligarcas. En un spot del propio gobierno sale un hombre hablando y aparece la leyenda: “Egresado del ITAM”. Será el gobierno de las etiquetas. La letra escarlata, novela de Nathaniel Hawthorne, implementada como política contra los adversarios que serán estigmatizados.
• El presidente es un hombre autoritario, propio de su época política favorita. De ahí sus loas a las Fuerzas Armadas –de quienes ahora depende su estrategia de seguridad– y su deliberada omisión del Poder Judicial. Porque para el populista, para el autoritario, la justicia la encarna él y por lo mismo él la administra. Por eso él perdona y acusa, su palabra limpia y purifica.
• No parecen ser buenos tiempos para los que disentimos, pero habrá que resistir y defender las libertades que mucho costó arrancarle precisamente al partidote de hace cincuenta años. No a la regresión.
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