El presidente es buen estratega electoral, pero la propia presidencia les hace perder el pulso de la calle a los ganadores.
Todos sabemos que la oposición en México pasa por días oscuros. Tiene votantes, como quedó demostrado en las elecciones intermedias que proporcionaron duras derrotas al partido en el gobierno, por ejemplo, en la CDMX, pero carece de liderazgos. No hay mucho tiempo, pero hay que confiar en que, ya sean nuevos o en versión reciclada, la oposición tendrá sus mujeres y hombres dispuestos a dar la batalla.
Mientras tanto, Morena sigue dando tumbos y atraviesa una crisis de liderazgo similar. Nada les sale. Lo que no sea dirigido y ejecutado de manera personal por el presidente López Obrador, resulta en un desastre. Así las pasadas elecciones, la consulta para enjuiciar expresidentes, el dinero repartido en programas sociales, la política energética y cualquier otra cosa. Vaya, se les quema el mar. Han comenzado la bajada.
Por lo pronto, la oposición cuenta desde hace algunos meses con un apoyo invaluable, con una sorpresa que ha sido factor decisivo en los fracasos del gobierno. Se trata del apoyo invaluable y decidido del dirigente de Morena: Mario Delgado. Sin la entusiasta participación de este sujeto, nada de lo que habían soñado los adversarios de López Obrador hubiera sido posible. Mario Delgado, con esa impactante personalidad, la sagacidad de su mente y un carisma que solamente compite con el de Marx Arriaga, ha logrado generar una gran cantidad de conflictos y descontentos hacia adentro del partido que se multiplican semanalmente. Como si fuera un rey Midas a la inversa, todo lo que toca Mario Delgado se convierte en fracaso y derrota. Si la oposición fuera lista, estaría viendo la manera de apoyar la permanencia de Delgado el mayor tiempo posible.
Los triunfadores de las elecciones de 2018 creyeron que el triunfo duraría para siempre, que de la cumbre no se irían, que llegaron para quedarse. Creen que pueden seguir adelante con consignas y pancartas cuando lo que les toca es hacer políticas públicas, generar empleo, reducir la pobreza. Pero no, ellos piensan que la mejor manera de gobernar es pensar como Epigmenio y que un spot o una telenovela los sacará del apuro. Se equivocan. Después de estar en la cumbre, después de llegar, solamente queda la bajada.
Los descalabros que han recibido los proyectos centrales del morenato, las elecciones intermedias y la consulta han sido fracasos rotundos. Es claro que creen que la ciudadanía sigue igual de eufórica que ellos. No es el caso. Lo que despertaban como opositores no lo hacen como gobierno. Su triunfo es el referente con que son medidos y ese resultado no volverá nunca; cualquier votación que tengan será comparada con los 30 millones que tuvieron en las presidenciales.
Mientras los morenistas piensen que ganaron por cuestiones ideológicas y no por hartazgo, no encontrarán la salida. La bajísima participación en la consulta es muestra del cansancio que han provocado. Mientras se la pasan volteando al pasado la ciudadanía quiere saber qué pasará en el futuro cercano. Mientras la pandemia nos azota con su ola de angustia y muerte, las ofertas del gobierno federal lindan en la abierta evasión de la responsabilidad, el autoengaño y la demagogia.
La bajada ha comenzado, de manera más estrepitosa de lo que esperaban. El presidente es buen estratega electoral, pero la propia presidencia les hace perder el pulso de la calle a los ganadores. Se tendrá que emplear a fondo porque los suyos nada más no dan una y la bajada es pronunciada.
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