La falacia de la sociedad civil. Ya son décadas que nos traen con el sonsonete de la “fuerza ciudadana vs. los asquerosos partidos” y cosas por el estilo. Al final siempre se acaba sumando –o imponiendo– alguna candidatura partidista. El señor Claudio X. González ha participado activamente en la decisión de las últimas dos candidaturas opositoras (Anaya y Gálvez) y en sus campañas, pero evade las responsabilidades de los resultados. Para eso están los partidos, para echarles la culpa: “Son muy corruptos, no apoyaron, no dieron dinero, tienen mala imagen, le pesan mucho a la candidata o candidato, son impresentables, así no se puede, ellos decidieron, no nos dejaron hacer nada”. Por supuesto, todo lo mencionado es casi siempre cierto. Lo mismo que la ausencia de don Claudio al asumir responsabilidades. El señor González forma parte de esa franja que se desgañita en exigir cuentas a los gobiernos en todos aspectos, pero es incapaz de dar la cara por sus acciones y decisiones políticas; son creyentes de que los vicios públicos son virtudes privadas.
La Marea Rosa fue una exitosa táctica de campaña. Pero fueron eventos relevantes de movilización de votantes que antes no salían a la calle. Cierto, los partidos no lo harían en su carencia de autoridad frente a los ciudadanos. Sin embargo, en términos de votos, el impacto fue mínimo. Mareados en su propio entusiasmo, “la ciudadanía organizada” hacía las cuentas de la lechera. El triunfo estaba cerca y era posible. Resultó lejanísimo y verdaderamente imposible. Es como la izquierda de hace algunos años: mucha plaza y poco voto.
Es momento de que los ciudadanos tomen los partidos que es donde se hace la política y donde hay responsables (que generalmente son unos irresponsables), pero es lo que hay. Hace décadas, Castillo Peraza comentaba acerca de estos impulsos de hacer política desde fuera en nombre de la comunidad: “Una supuesta sociedad civil que nadie sabe dónde está y que, a la hora de la hora, es políticamente irresponsable. ¿Quiénes la forman? Veinte personas que se reúnen en una casa y que deciden entre sí y por sí que representan a toda la sociedad porque ellos no están en ningún partido político. Automáticamente aseguran que no tienen los vicios de los políticos ambiciosos, corruptos, mentirosos, etcétera. Y automáticamente todo lo que está en un partido político es para ellos digno de sospecha”. Como se ve, es algo reiterativo a lo largo de los años.
El señor Claudio X. González –porque así lo dejaron los partidos, hay que decirlo– intervino en el proceso de selección de la candidata opositora, y otorgaba y quitaba apoyos. Eso se sabe. También juntaba apoyos y elaboraba campañas negativas que, al parecer, es lo que le divierte. Tiene a su servicio algunos políticos fracasados en busca de acomodo y le juega al Fouché azteca. El resultado de sus decisiones está a la vista. Los partidos debieran revisar esa relación tan perniciosa política y electoralmente.
Dresser. La señora Denise Dresser es un claro ejemplo de lo que debería cambiar en la cara opositora. Una mujer que se siente socialdemócrata, pero que su público es la derecha más rancia y bobalicona, ha mostrado una y otra vez su verdadera cara: la del desprecio por los demás, una clasista que cree que libera esclavos. Sus opiniones ya alcanzan lo repulsivo. Es falso que crea en los ciudadanos; cree en sí misma. Que los medios crean que ella es “pop” es una cosa, pero que piensen que defiende la democracia que pregonaban defender es muy distinto. Dresser es una de las caras más patéticas y deleznables de la oposición a AMLO. Le habla al mismo público de siempre y –cuando no plagia– no tiene nada nuevo qué decir que no implique alguna zafiedad.
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