El hombre tlayuda

Mientras la imagen de la pobreza sea más ofensiva, mejor para el presidente, pues le resulta más provocador.



Una de las preguntas que flotan en el aire cuando hay eventos del presidente o él mismo decide pronunciar algún dislate –actividad cotidiana– es si lo hace a propósito o si es fruto de la espontaneidad. Puede ser una mezcla o que, acostumbrados a las ocurrencias espontáneas, ahora hagan algunas planeadas. En fin, que el tipo de dudas respecto de ciertas acciones del presidente y su gobierno giran en torno a si son capaces de hacer tal o cual despropósito. Algo poco edificante, sin duda.

Esta semana llamó la atención el caso de las tlayudas del aeropuerto. Claro que si hubo o no esos antojitos en el AIFA es poco relevante y no creo que los comentarios alrededor minaran en algo las críticas o las aprobaciones sobre la inauguración de la llamada “central avionera”. El caso es que lo que hacen ya es más que previsible. Poco después de que circularan las escenas de la señora que vendía en el piso del aeropuerto las famosas tlayudas, ya muchos advertían de la trampa tendida: pusieron a la señora para que la gente hiciera comentarios de corte clasista sobre lo que sucedía en la inauguración, lo cual sucedió. De esa manera el presidente, al día siguiente, en la mañanera, podría decir cosas sobre el clasismo de sus adversarios y su desprecio por la pobreza, cosa que también sucedió.

Tres años son muchos para tratar de seguir sorprendiendo al respetable. Si al principio la prensa, maravillada, hablaba del genio de la comunicación, del político visionario, ahora ya vamos en el demagogo profesional y el burdo manipulador. Truco tras truco el mago, si está ante el mismo auditorio, pierde gracia, capacidad de sorprender. La gente, cansada, comienza a buscar dónde está la trampa, en qué consiste la magia que los sorprendió y entonces comienza el desencanto. El mago, feliz con que el público permanezca en las butacas, sigue con sus funciones todos los días desde temprano. Las luces no lo dejan ver que el respetable ya le hace caras y gestos de desaprobación. Nada peor para un mago que volverse predecible.

Jugar con “los pobres” es algo recurrente en nuestro presidente. Los tiene en la punta de la lengua, dice desvivirse por ellos, trabajar para ellos, que son el centro de su vida, su trabajo y su preocupación. Para él son eso: objeto. Los usa en su discurso como figura retórica o simple y sencillamente como el lunes, los usa para provocar, para fustigar a sus adversarios. Entiende poco de la dignidad de las personas. Mientras la imagen de la pobreza sea más ofensiva, mejor para el presidente, pues le resulta más provocador.

El presidente puede seguir hablando de sopes, garnachas, pambazos y demás antojitos. Pero eso de nada servirá. Es parte de su discurso y los hombres públicos son, de muchas formas, sus propias palabras. Por eso es importante lo que dice y también lo que está en el fondo, pero no dejemos de lado su palabra porque, así como lo viste, también lo desviste. Nuestro presidente es un hombre que gira alrededor de una tlayuda.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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