En medio del desbarajuste y los gritos de un lado y otro que le encanta organizar a nuestro Presidente hasta para hacer un consomé, se dio la elección de un nuevo presidente en la SCJN, resultando Arturo Zaldívar ganador.
Durante estos primeros meses de gobierno lopezobradorista, el Poder Judicial ha estado presente con su imagen para bien y para mal. Desde el asedio del propio Presidente y su horda legislativa en la que amenazaban con disolver la SCJN y hacer un órgano nuevo, hasta la exhibición de sus excesos en los gastos, derroches y prácticas que se dan al interior de ese poder que son francamente inaceptables. A esto se unió el nombramiento de dos nuevos ministros de la Corte que, como todo lo que pasa por este gobierno, fue de lo más desaseado. Por supuesto, se trata de personajes cercanos al Presidente, lo que no me parece ninguna rareza ni desproporción, pues los anteriores presidentes también hicieron lo propio y es una práctica política en muchos países.
En medio del desbarajuste y los gritos de un lado y otro que le encanta organizar a nuestro Presidente hasta para hacer un consomé, se dio la elección de un nuevo presidente en la SCJN, resultando Arturo Zaldívar ganador. Cercano a AMLO o por lo menos de sus simpatías, Zaldívar ha tratado de darle un perfil distinto no solamente a la Corte, sino al poder en el que se agrupan los jueces del país. Es temprano para saber si lo va a lograr, pero se ve cierta actitud. El solo hecho de no acompañar al Presidente en ese absurdo mitin político-religioso en Tijuana la semana pasada, habla de prudencia y decoro.
Lamentablemente, hace unas semanas algunos ministros de la Corte decidieron asistir a la boda de un familiar de connotado abogado. Ahí se presentaron, rodeados de políticos en un ambiente por demás frívolo y derrochador (el abogado puede hacer lo que le venga en gana con su dinero). Pero los máximos representantes de la justicia no tenían por qué estar ahí. Por eso tienen la imagen que tienen, por eso las agresiones del Presidente encuentran eco. Ignoro si tienen algún código de ética –se supone que a ese nivel no lo necesitarían y mucho menos tratándose de quienes imparten justicia. Ya no hablemos de lo mal que está que convivan públicamente con quien litiga en una pachanga –por más alegría que les dé el motivo del festejo– pero, digamos, ¿no conocen la contención? ¿Los límites que les ponían a sus hijos? ¿En tan poco valoran su puesto? En fin, que ese tipo de asuntos son pequeñas cosas que enojan muchísimo, son detalles que revelan una manera de ser, verdaderos pasos para atrás en la búsqueda de una imagen confiable.
No es que el Poder Judicial goce de una gran imagen entre la ciudadanía. Como en casi todo, normalmente se saben más las cosas malas, los escándalos, las pifias y las corruptelas que las cosas buenas que pueden resultar ejemplares y que arman un comportamiento institucional que deriva en confianza y seguridad ciudadana en el ámbito de la justicia. Esta semana, por ejemplo, los jueces nos han dado una buena lección de cómo ciudadanos inconformes con las decisiones atrabiliarias del Presidente respecto de obra pública importante en nuestro país, pueden encontrar un refugio en la decisión judicial. Los amparos promovidos, entre otros por Mexicanos Contra la Corrupción, han impedido que se destroce lo hecho en las obras del NAIM y que se suspendan los inicios de los trabajos del aeropuerto de Santa Lucía por carecer de estudios. Son una bocanada de aire fresco ante un gobierno que desprecia la ley y que desconoce los procedimientos de cualquier trámite. Un gobierno cuya única guía no es la ley, sino la palabra del Presidente. Es probable que el gobierno la emprenda contra los jueces, que use sus adjetivos de siempre: mafia, camarilla, rapaces, cualquier insulto que consideren proporcional a la palabra que quieren hacer ley.
Y esa palabra, la presidencial, ha encontrado un dique: el Poder Judicial. Enhorabuena para todos.
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