Después de 100 días con AMLO como presidente hay que rescatar que sea bueno o sea malo, hay un cambio en las formas políticas en México.
Lo mejor de los cien días es que ya pasaron y nada más nos quedan poco más de dos mil días de lopezobradoriato. Hacer el balance de la primera centena es un asunto que parece obligado, es un plazo que normalmente se ponen los gobernantes para ganar un poco de tiempo y poder tener un conocimiento cabal del estado en que recibieron el gobierno, y también es un periodo que les permite tener una idea del tipo de retos y problemas que enfrentarán. A partir de los cien días ya comienza a tener sentido responsabilizar al gobierno entrante de lo que suceda en el país. Es un periodo de gracia que concluye.
Nadie puede negar que estamos ante una nueva etapa en nuestra vida política. Si el cambio de forma y fondo en el estilo de gobernar hubiese sido la única promesa del presidente AMLO, se puede decir que la cumplió casi de inmediato. Estamos ante un líder social notable. Su popularidad tiene más raíces que su mero encanto. El presidente sabe acercarse a la gente, domina la plaza pública, se identifica abiertamente con sus seguidores de una manera franca. Es un liderazgo natural, no tiene imposturas, no es una técnica aprendida. Por eso su enorme respaldo, es un presidente que cuenta con la confianza de la gente y que sabe qué esperan de él. Quizá por eso muchos de sus detractores se desesperan porque no cae, y que a pesar de los despropósitos que ha cometido un enorme porcentaje de la población le mantiene su apoyo. Caer, derrotarlo, ganarle, es una cosa complicada. Acostumbrados a los liderazgos prefabricados, este no se tirará con un vientecito. Estos cien días han servido para ver en acción a un presidente totalmente diferente a lo que conocíamos.
AMLO ha hecho cosas que sorprenden, desde cancelar la obra del aeropuerto, dejar sin gasolina a medio país por falta de planeación, dejar a las madres trabajadoras sin lugares para que cuiden a sus hijos o cerrar Los Pinos, “desaparecer” al Estado Mayor Presidencial, y quitarles las pensiones a los expresidentes. Y todo se le aplaude. Es tal el hartazgo de la sociedad con la clase política que lo que sea en su contra es bien visto. Lo de Los Pinos resultó un timo, pues nos dejó unas oficinas desangeladas que pronto estarán en mal estado y él se fue a vivir a un palacio, a un museo. En estos cien días hemos visto con qué facilidad se desmontan los símbolos del poder.
Las conferencias mañaneras, que a veces, son una verdadera vacilada, son una clara muestra de la energía infatigable que ha desplegado el presidente en sus primeros cien días. Desde ahí señala, anuncia, declara y despotrica contra sus adversarios, a quienes ya anunció que no se va a quedar callado ni se va a dejar y que piensa contestar todo de la manera que hemos visto. ‘Los adjetivos no van a parar fifís y conservadores’. Es algo nuevo y habrá que acostumbrarse al estilo presidencial. Sus opositores profesionales son aplastados por sus peroratas matutinas y no han encontrado la forma de siquiera mantener un intercambio de insultos.
Con la llegada de AMLO a la presidencia hemos podido atestiguar en estos cien días que sí hay cosas que están de regreso y que son de un país de hace 40 años. Desde personajes nefastos, hasta un lenguaje que pensábamos enterrado. También ha regresado esa intimidación a los críticos, como fue la acción del SAT en contra del periódico Reforma, un movimiento peligroso. Una abierta amenaza a un medio que no le simpatiza. Los cien días también dieron para eso, y para mostrar que se puede despreciar el conocimiento y que un equipo de ineptos puede hacer mucho daño a su jefe, aunque este sea muy popular. Así las cosas en los primeros cien días.
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