En un proyecto donde el único comunicador es el presidente, la estrategia de comunicación tiende a copiarse…
Durante décadas, el Canal Once fue el canal del Instituto Politécnico Nacional. A pesar de tener poco “rating”, fue un espacio en el que se privilegió un tipo de programación distinto al comercial, lo cual no es sencillo en un país como el nuestro. Transmisiones de conciertos, programas culturales o de análisis político muy diferentes a los que había en la televisión comercial, fueron su tónica durante mucho tiempo. Sus programas infantiles o de crónica y entrevistas como Aquí nos tocó vivir, han dado al canal un perfil nítido y consistente. Ahora, bajo la dirección del salinista Álvarez Lima –un priista que saqueó Tlaxcala cuando lo gobernó y del que no se tenía memoria hasta que resucitó de la mano de sus compañeros de la época dorada del PRI– se está convirtiendo en un vulgar canal de propaganda.
También durante décadas los gobiernos desplegaban toda una operación de relaciones públicas para comprar a los periodistas combativos. Hubo años en que muy pocos resistieron. Hoy hay filas de periodistas y analistas presurosos para que el gobierno los contrate de alguna manera, ya sea en alguna oficina de comunicación o, mejor aún, que les den un programa de televisión donde tener algo de fama y reconocimiento. El Canal Once se ha convertido en el receptáculo de los anhelos y frustraciones de quienes disfrazan la compra de su opinión, además de convertirlo en un canal de propaganda oficial que hacen palidecer a los noticieros televisivos de Jacobo Zabludovsky.
El Canal Once es ahora la televisión chaira. Ahí se hacen y cumplen los caprichos de los analistas lopezobradoristas. No hay límite para ellos, el ridículo no tiene fronteras en Chairo TV. Lo mismo difunde en exclusiva información gubernamental para que nadie le pregunte nada a los secretarios, que producen programas como el de dos patéticos ancianos que hace un año se dedicaban a opinar y ahora se sienten simpáticos y agradables: el gringo Ackerman y la señora Berman. Hace apenas, por ejemplo, dos años, el gobierno no podía hacer nada similar por dos razones: una, porque no tenía quién lo defendiera abiertamente, y otra, porque el balance democrático se lo impedía. Hoy sí existe la primera pero no la segunda.
En un proyecto donde el único comunicador es el presidente, la estrategia de comunicación tiende a copiarse: el control está solamente en una persona. A falta de personajes solventes y presentables, el oficialismo decidió hace meses que Hernán Gómez fuera su hombre en la televisión. Un tipo que sin duda ha logrado manejarse con soltura en los debates, pero cuyo aspecto fifí y actitud despótica le ha granjeado enemigos dentro y fuera del gobierno que defiende. Según Ackerman, Gómez es un vendido a Televisa, pero eso se desmiente cuando uno ve al gringo en Canal Once con un saco rosa comiendo tacos. Pobre. Sigue siendo el “güeritou” queriendo ganarse la gracia de los autóctonos. En días pasados a Hernán le pusieron una vapuleada extraordinaria en el programa de televisión de Carlos Loret. La derrota fue humillante, pues se la propinó Gabriel Quadri, que hasta ese día tenía una innegable fama de pendejo y que Hernán se la borró en unos minutos. Hernán sale en la tele, comenta en la radio, escribe en periódicos y ahora conduce un programa que se anuncia como cómico-político (por supuesto en Canal Once).
La Chairo TV es algo que estaremos viendo a lo largo de este gobierno sin importar lo grotesco de sus personajes (pronto veremos en Canal Once a Noroña de galán o algo por el estilo, cuando en otro lado solamente saldría en algo así como El planeta de los simios). Es el intento de un gobierno amargo por caer bien y por controlar la comunicación pública. Los que no comulgamos con este gobierno, tendremos que defender los espacios de libertad antes de que se pongan más creativos.
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