El gobierno se enfrenta cotidianamente a la ardua labor de gobernar. No hay reconocimientos, solamente exigencias, no hay aplausos solamente demandas. Esa es la vida diaria del gobernante.
Solucionar un problema no se reconoce porque inmediatamente hay que atender otro y las soluciones para unos son afectaciones para otros. No hay manera de quedar bien con todos. Por eso el presidente se desespera, cree que soluciona los problemas para todos, que lo que él dice se transforma inmediatamente, que sus programas funcionan porque él lo decidió así.
Ya es recurrente escuchar al presidente reclamando reconocimiento y comprensión al tiempo que, iracundo, sataniza a quienes no están de acuerdo con él (ha dicho que “la mentira es del demonio, es conservadora).
Hace algunos meses en este mismo espacio cité el libro de Bárbara Tuchman, La marcha de la locura. Es pertinente su lectura en estos momentos para tratar de entender las tomas de decisiones de quien se siente acorralado por la presión de la realidad. Si como dice Tuchman “carácter es destino”, estamos en problemas. Aquí algunos subrayados.
“Los gobernantes justificarán una decisión mala o errónea diciendo que, como un historiador y partidario suyo escribió sobre John Kennedy, ‘No tenía opción’, pero aunque dos opciones puedan parecer iguales, siempre hay la libertad de hacer un cambio o de desistir o de seguir un curso contraproducente si el político tiene el valor moral de ejercerla. No es una criatura víctima de los caprichos de dioses homéricos. Y, sin embargo, reconocer el error, reducir las pérdidas alterar el rumbo es la opción que más repugna a quienes ejercen el gobierno”.
“La inercia o el estancamiento mental –el hecho de que gobernantes y políticos mantengan intactas las mismas ideas con las que empezaron– es terreno fértil para la locura”.
“La testarudez, fuente del autoengaño, es un factor que desempeña un papel notable en el gobierno. Consiste en evaluar una situación de acuerdo con ideas fijas preconcebidas, mientras se pasan por alto o se rechazan todas las ideas contrarias. Consiste en actuar de acuerdo con el deseo, sin permitir que nos desvíen de los hechos. Queda ejemplificada en la evaluación hecha por un historiador, acerca de Felipe II de España, el más testarudo de todos los soberanos: ‘Ninguna experiencia del fracaso de su política pudo quebrantar su fe en su excelencia esencial’”.
Toda adaptación es penosa. Para el gobernante es más fácil, una vez que ha adoptado una casilla política, permanecer dentro.
Para el funcionario menor, que cuida su puesto, lo mejor es no hacer grandes olas, ni presionar con pruebas que el jefe tenga renuencia a aceptar. Los psicólogos han llamado “disonancia cognitiva”, al proceso de analizar una información discordante, disfraz académico para que “no me confundan los hechos”.
La disonancia cognitiva es la tendencia a “suprimir, glosar, rebajar, o alterar cuestiones que producirían un conflicto o “dolor psicológico” dentro de una organización”. Hace que las alternativas sean “rechazadas ya que hasta el pensar acerca de ellas entraña conflictos”.
En las relaciones de subordinado y superior dentro del gobierno, su objeto es el desarrollo de una política que no perturbe a nadie. Ayuda al gobernante en su pensamiento parcial, definido como “una alteración inconsciente en la estimación de probabilidades”.
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