Michael Foucault decía –invirtiendo la frase del afamado militar Carl von Clausewitz– que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”, y en efecto, entre otras muchas cosas las confrontaciones, los ataques verbales, las acusaciones y señalamientos que se dan de forma cotidiana en la vida política son al tiempo la continuación de viejas rencillas y conflictos, que llegaron a ser armados muchos de ellos, y la manera de confrontar diferencias –esto en un sistema que se llame democrático–.
En este ambiente retórico de política y guerra están las campañas electorales, que son la manera que tenemos las democracias –maduras o jóvenes– de escoger a nuestros gobernantes. Como su nombre lo indica, “las campañas” electorales tienen su raíz militar: una campaña, un periodo determinado enfocado en conquistar determinado objetivo, en este caso el gobierno, los puestos de poder. Otro de los contenidos militares en las campañas electorales –y un contenido fundamental– es la disciplina. Candidato sin disciplina está destinado a perder. Hay que tener disciplina militar para seguir el mensaje seleccionado, las ideas a transmitir. El desorden, la falta de estructura se notan de inmediato en “el campo de batalla”, que hoy en día son los medios de comunicación y esa enorme caja de resonancia que son las redes sociales. Otro término célebre en las campañas son los llamados “cuartos de guerra”, reuniones en las que se da seguimiento a la estrategia diseñada.
Los paralelismos entre guerra y política sobran en la historia y las campañas son una buena parte de ello. No en balde las lides electorales se tratan de adversarios, de triunfos aplastantes, de derrotas humillantes, de cambios de un “ejército” al bando contario. Voy a dejar aquí algunos aforismos de Napoleón sobre paralelismos de la cosa militar y la política. Él fue estratega militar de altos vuelos, una figura central de la historia europea, que –como cualquier candidato que esté presente constantemente– ganó múltiples campañas y perdió otras tantas, algunas de ellas definitivas –como la de Waterloo, que se usa como referencia de una gran derrota–.
-Un general jamás debe dejar descansar ni a los vencedores ni a los vencidos.
-Las condiciones territoriales desbaratan los planes. La educación o la disciplina tienen más influencia que el clima sobre el carácter de las tropas.
-La guerra, como el gobierno, es asunto de tacto.
-En la guerra como en la política, el momento perdido no regresa jamás.
-Los ejércitos no son suficientes para salvar una nación; una nación defendida por el pueblo es invencible.
-El amor es la ocupación del hombre ocioso, la distracción del guerrero, el escollo del soberano.
-Es posible detenerse cuando se asciende, jamás cuando de desciende.
-Con audacia se puede emprender cualquier cosa, pero no cualquier cosa se puede lograr.
-Nada más difícil, y por lo tanto más preciado, que saber decidir.
-La frialdad es la más grande cualidad de un hombre destinado a gobernar.
-Hay quien es virtuoso porque carece de ocasiones para el vicio.
-A los hombres se les gobierna mejor por medio de sus vicios que de sus virtudes.
-El corazón de un hombre de Estado no debe estar más que en su cabeza.
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