En las campañas todos saben al principio qué es lo que se proponen, qué es lo que quieren obtener y qué resultados esperan de sus planes. Las estrategias, tácticas y movimientos pueden funcionar, pero no necesariamente rendirle frutos a quien se lo propuso. En ocasiones los resultados son contraproducentes y en otras, simple y sencillamente, los cacha el enemigo o le revientan en la cara a quien lo hizo. Estos días hemos visto un par de casos con claros ejemplos.
Javier Lozano es un sicario. Eso todos lo sabemos. Su manera de ser, su desenvolvimiento público lo hace evidente. Tampoco nos deben asustar los cambios de bando en política, pues son cosas del diario y desde hace siglos. ¿Están bien esos bandazos? Pues eso lo sabrá quién los realiza al medir lo obtenido contra lo arriesgado. Hay personajes que no tienen problema alguno en dar el conocido ‘paso de la muerte’, incluso hay quienes han hecho de eso una especialidad y, más aún, una profesión. Comparto la opinión que ayer dieron en este periódico Enrique Quintana y Pablo Hiriart, de que Lozano hará bien su trabajo. Lozano, priista de formación, sabe que los priistas no son dados a la defensa pública de las cosas. Como bien dice Soledad Loaeza, lo de ellos es evadir el debate, la discusión. Pero en estos tiempos es imposible. Lozano no se echa para atrás para defender el bando en el que esté, aunque se cambie de cancha a medio partido. Lo de él es envolverse en la bandera y aventarse de la torre más alta. Y lo hace bien. En ese sentido se equivocan sus detractores –que al tiempo lo son de Meade– al decir que no le aportará nada, al denunciar su cambio de equipo. Muy al contrario, los ataques en su contra son cuentas que él cobra adentro. Se alquiló para el insulto: los recibe pero los devuelve. Los detractores de Lozano son los de Meade, así que no se ve que haya pérdida en ese sentido. Habrá un rudo para contestar los ataques y será Lozano, y los señalamientos en su contra sólo lo fortalecen, aunque crean estos atacantes que lo debilitan. Nadie sabe para quién trabaja.
Sin duda el tema de la semana ha sido la denuncia del gobernador de Chihuahua. Los estrategas frentistas creían que con eso iban a lograr varias cosas con el mismo nivel de intensidad: golpear la PRI y a su candidato (lo lograron); golpear al gobierno de Peña (lo lograron); lanzar a Javier Corral como figura líder del Frente (lo lograron); impulsar la campaña de Anaya, eso les resultó un tremendo fracaso. Su logro de la semana fue que todos hablaran de Corral y nadie hablara de Anaya. Javier Corral en la figura quijotesca que le gusta de espadachín justiciero, peleando contra los corruptos y el gobierno federal, y Anaya, anunciando que se levantó temprano para llevar a su hijito a la escuela. Si Ricardo Anaya no fuera el candidato del Frente a la presidencia no hubiese habido ningún problema, pero se supone que es el proyecto más importante y quedó esta semana reducido a puré. La comparación entre Corral y Anaya se imponía y el candidato presidencial quedó muy por debajo de quien hace un par de años le disputó la presidencia del PAN. El resultado fue pésimo para la candidatura frentista, pero lo peor del caso es que el golpe al gobierno lo puede terminar cachando “ya Chávez quién”. Nadie sabe para quién trabaja.
Lo dicho, en campañas se sabe quién siembra, pero no quién cosecha.
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