Bienvenido el pleito

Mucho se ha dicho en los meses pasados que la oposición está dormida, que no sirve para nada, que no hay nadie que cuente con un liderazgo medianamente aceptable, que AMLO los tiene arrinconados y que nada más existen las corcholatas. Casi todo es cierto, pero no aplica en todo momento ni de manera conjunta. Hemos visto ya que la oposición despierta y que empieza a verse que hay vida en lo que, en efecto, los últimos dos años ha sido un panteón.

Siempre que llegan las épocas electorales el ambiente político se divide. La división implica una suerte de pleito, que va desde la discusión conceptual hasta el agravio personal, dependiendo del momento y los personajes que formen parte del pleito, ya sea institucional o casero. Para describir esa época nuestros medios de comunicación hacen uso del lugar común de criticar el pleito como si la diferencia fuera mala; eso, por un lado, porque si hay un acuerdo general es el dedazo, el monoblock, la imposición de criterio de una cúpula por encima de la militancia o incluso de la ciudadanía –elevada en estas cuestiones a entelequia que está más allá de lo sabio y lo profano–.

¡Se estáaaan peliiiiiandooooo!, gritan los medios. Y es cierto, pero había que darle la bienvenida al pleito, que es señal de movimiento y búsqueda de decisión. La política es pleito, las elecciones son el pleito mayor, ¿cuál es el problema? De hecho, si no hay pleito, pues resulta difícil que haya candidatos si son más de uno los que se apuntan.

El pleito, la discusión, no es símbolo de ruptura; si se sabe dar de manera ordenada, es la manera de ponerse de acuerdo en determinadas coordenadas de actuación. Los partidos de oposición necesitan mostrar vida para jalar el foco. Y hay muchas actividades que se pueden hacer: pasarelas, conferencias, soliloquios, debates, videos, tiktoks –que incluyen bailes y exposiciones que pueden rayar en lo ridículo–, tuits, mensajes, amenazas, intercambios epistolares o abiertamente críticos. En fin, será difícil que se marquen diferencias si no se pasa de alguna manera por mostrar quién es mejor y por qué.

Las corcholatas están en eso. Por supuesto que están en la conversación pública: hasta la semana pasada eran los únicos que estaban y que llamaban la atención. Una vez pasados los anuncios de las firmes intenciones por competir viene ahora lo que es el pleito y en eso están las corcholatas: en denunciar favoritismo, en solicitar método de selección que sea parejo, en diferenciarse uno del otro. Y se han dado con todo. Y lo que viene no será un intercambio de flores.

No otra cosa ha pasado en el PAN entre Lilly Téllez y Santiago Creel. Es marcar diferencias y posturas. Muy al contrario de aquellos que creen que la discusión respecto de las cualidades y defectos de cada suspirante es un error; lo que sucede es que se participa entonces de la conversación pública y, mientras más pública, más interesante. Claro, la ropa sucia se lava en casa, pero si quieres que te elijan en la calle, más vale que te salgas a pasear, que te vean y que te conozcan con lo bueno y lo malo; ya cada elector decidirá.

No hay candidato sin pleito. Y quien quiera competir pasará por uno. Bienvenido el pleito, que tampoco debe ser monopolio del presidente y sus corcholatas.

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