Bartlett, repudiado

Los gobernantes tienen que entender que sus decisiones no siempre son bien recibidas.



Uno de los recursos que quedan a los ciudadanos cuando sus gobernantes los agreden, les aplican políticas públicas abusivas y, en general, los desprecian como sociedad, es el del repudio público. Una especie de “sanción social” que se puede ejercer en la calle, en un establecimiento público que no esté a cargo directo del funcionario repudiado o del gobierno en que colabora. Es lo que le pasó hace unos días al nefasto Manuel Bartlett en un restaurante de la CDMX.

Lo contó en redes sociales la compañera de este periódico Lourdes Mendoza. Resulta que don Manuel, director de la CFE, impulsor del proyecto de la 4T, y poseedor de un historial negro en la vida política mexicana, se presentó con la que no es ni su esposa ni su concubina, como lo aclaró él –imaginamos que es su amigui–, la señora Abdalá, en restaurante de postín en la capital de la nación. El Arturo’s, como se llama el establecimiento, es un lugar muy concurrido por políticos y gente adinerada. Ubicado en una de las calles más cotizadas de la ciudad, el restaurante atiende a comensales que llevan décadas asistiendo y también a quienes se van incorporando a los círculos de fama y poder. Bueno, pues la cosa es que llegó Bartlett con su amigui al lugar y comió tranquilamente. Al llegar el momento en que Bartlett pidió la cuenta –según nos relata Mendoza–, la gente comenzó a gritarle: ratero, ladrón, vendepatrias y cosas por el estilo. Como es de imaginarse, el hombre que cree que modernizará México con carbón se apuró para salir del restaurante con su amigui. Pero la amigui montó en cólera y regresó a increpar una mesa de señoras y decirles una serie de linduras y amenazas, lo que motivó a Bartlett a ir por la amigui, que ya estaba en plan pendenciero, y fue hasta que llegó un guardia y prácticamente levantó en vilo a la amigui y se la llevaron en su camioneta. Hasta aquí el reporte de Lourdes.

Es claro que el señor Bartlett y su amigui pasaron un mal rato. Es claro también que muy poca gente lamentará que lo hayan pasado. Hinchado de soberbia, caracterizado por su prepotencia, Bartlett cree que puede insultar a los ciudadanos a través de su proyecto, apoyar a quienes dividen al país y señalar como culpables de todo lo que pasa en México a la gente que básicamente va a esos restaurantes. A los que él va, por cierto. El señor es, o un hipócrita o, simplemente, es tan miserable que incluso desprecia su propio modo de vida. Por eso no puede esperar que le aplaudan en los restaurantes, que lo vitoreen en las calles o que sea, para muchos ciudadanos, un placer verlo en la plaza pública.

Bartlett cosechó lo que, junto con su jefe, sembró: odio y repudio. Se la pensará antes de ir a otro de esos lugares y creer que puede entrar y salir sin problema. Puede pedir a domicilio –a cualquiera de sus 28–, si quiere evitar problemas.

Los comensales del restaurante hicieron bien en repudiar y abuchear al señor Bartlett. Los felicito y me parece estupendo lo que hicieron. Ese tipo de “sanción social” es de las pocas que quedan a la mano para manifestarse sin violencia. Es una suerte de protesta pacífica contra un gobierno que insulta y agrede, además de sembrar veneno y desmantelar al país. Los gobernantes tienen que entender que sus decisiones no siempre son bien recibidas, que lo que hacen afecta la vida de las personas y que los ciudadanos tienen un tope a su silencio.

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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