En la retórica populista el cambio de actitud es parte del rol que se debe de jugar.
Este texto no trata de las elecciones estadounidenses, porque fue entregado antes de que hubiera información suficiente sobre el resultado de los comicios en aquel país. Sin embargo, eso no es obstáculo para dejar de hablar de nuestra expresión trumpiana, nuestro populista nacional: el presidente.
Ayer, muy molesto, el presidente reclamaba respeto por parte de los gobernadores de la Alianza Federalista. López Obrador ha hecho en las últimas semanas diversas referencias a que él tiene que cuidar la investidura de su puesto. Sorprenden estas declaraciones en quien ha hecho de la falta de respeto un modelo de conducta pública, una forma de vida. Se entiende que, como opositor, las acusaciones, señalamientos, apodos y hasta groserías fueran parte de su repertorio cotidiano durante años. Como presidente, parece que quiere continuar igual y las faltas de respeto salen de la boca presidencial un día sí y otro también.
En la retórica populista el cambio de actitud es parte del rol que se debe de jugar. Al convertirse en autoridad, a la que socavó con sus ataques, el nuevo líder lo que quiere es imponerse a toda costa y, sobre todo, quiere imponer de manera sistemática su autoridad moral a los demás, de ahí los regaños, los apodos, los pleitos y los contrastes de conducta entre su vida “impoluta” y la suciedad en que se desarrolló en el pasado reciente.
Por supuesto será difícil que se gane el respeto de todos a quienes ha insultado. La figura presidencial ha sido devaluada por la cantidad de agresiones y, precisamente, faltas de respeto y descuidos a su investidura. Los gobernadores aliancistas, por su lado, han entrado en la dinámica de la retórica presidencial, que no es fácil de manejar; necesitarán inteligencia y disciplina –elementos que no han sido características opositoras en los últimos años–, así que no esperemos que la política nacional se desarrolle en los próximos meses en un clima de civilización y cordura.
El cambio experimentado por el presidente es evidente. Hay quienes, en su ceguera, lo llegan a ver simpático en estos momentos en los que el hombre destila hiel y coraje exigiendo respeto. Carlos Bravo Regidor, en un claridoso artículo (Las ruinas del futuro Expansión 03/11/20) señala: “A pesar de haber renacido de las cenizas políticas no una ni dos sino tres veces, de conseguir una victoria amplísima y contar con una legitimidad democrática que ningún mandatario había tenido nunca, de su acceso al poder no emanó una versión de sí mismo que estuviera a la altura de las circunstancias. Al contrario: endureció su gesto, agrió su voz, estrechó su mirada. La presidencia convocó no a sus mejores ángeles, sino a sus peores demonios. Reveló a un líder trágico, cuya ambición de amasar poder parece inversamente proporcional a su capacidad para ejercerlo de manera constructiva. No hace falta haber militado en su causa para reconocer que fue un gigante en la oposición; tampoco es necesario estar ahora en la disidencia para admitir que ha resultado un enano en Palacio”.
Así que sea cual sea el resultado de la elección de ayer en Estados Unidos –por supuesto, con la esperanza del triunfo de Biden por el bien del mundo–, tendremos que lidiar con un presidente que, a menos de dos años de gobierno, tiene que pedir respeto a su investidura.
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