Al final, las decisiones del presidente se asemejan más a las más radicales políticas neoliberales que al pensamiento de izquierda que dice encabezar.
Quizá pocos gobernantes de tendencia neoliberal –antes derecha– han podido cristalizar sus sueños de medidas drásticas en la administración pública. En México, solamente Andrés Manuel López Obrador ha logrado hacer ese sueño realidad. El gobierno pequeño y austero, casi pobre, con el que sueñan los republicanos norteamericanos, pasa por estas tierras en las que se supone transitará el tren maya, pero no habrá aeropuerto que pueda dar buen servicio. Nadie ha expulsado a la calle a tantos trabajadores como lo ha hecho AMLO en sus primeros días de gobierno. Decenas de miles han sido despedidos de manera fulminante, regateándoles la liquidación, encerrándolos para firmar renuncias. De manera organizada se dieron despidos masivos de burócratas, que jamás pensaron que un gobierno de izquierda, comandado por un hombre que predicaba paz y amor, llegara con el látigo de su furia neoliberal y los corriera de esa manera.
AMLO hace a un lado cualquier cosa que impida el poder dar asignaciones directas de contratos. Él tiene amigos entre los empresarios y a ellos les da de manera abierta jugosos contratos, paga intereses y castigos a los inversionistas extranjeros y acá pone en jaque los fondos de retiro de los trabajadores. Thatcherismo impecable también es su austeridad personal, la primera ministra británica pagaba su tabla de planchar en la casa de gobierno, AMLO al parecer quiere dormir en cama de clavos para no gastar en cobijas.
Pero no solamente eso, en otra medida sería la envidia de los alumnos más avanzados de Margaret Thatcher y de Ronald Reagan, ejecutó un programa de recortes en gastos de la burocracia que ha llevado a quienes laboran ahí a situaciones de verdadera penuria: les paga la mitad de lo que ganaban, no les paga el seguro de gastos médicos y son tratados como traidores o presos de alta peligrosidad. Además, es muy de derecha conservadora recurrir al Ejército para todo tipo de menesteres, desde repartir gasolina hasta garantizar seguridad en las calles.
Como buen radical, el presidente y su grupo son implacables con sus enemigos, los fustigan y señalan, hacen de ellos escarnio público y no dejan de culparlos de todos los males (lo mismo aplica para la izquierda que para la derecha; para unos el mal es el capital, y para los otros, el gobierno y su tamaño junto con los sindicatos). Nada escapa a la mirada del que quiere el cambio total, de quien quiere cambiar una época en la que exista un antes y un después. La Thatcher sabía lo necesario que eran sus críticos, incluso las pasiones en contra que despertaba fortalecían su imagen de mujer de hierro. Una imagen de la que se hizo en todo el mundo. Por supuesto, se trataba de una dama conservadora en todos los aspectos. AMLO, como todos lo sabemos, es un conservador en toda la línea; ayer definió la era del neoliberalismo nacional como una especie de Sodoma, en la que la gente se drogaba y se divorciaba.
Hay, claro, muchas diferencias entre la líder británica y nuestro presidente. Pero no dejan de sorprender las semejanzas. Aunque no es aventurado decir que Thatcher no estuvo rodeada de ineptos, como ha decidido estar nuestro presidente.
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