La campaña de Anaya ha consistido en culpar a los demás de su fracaso.
Quizá tardemos en ver de nuevo una campaña tan desastrosa como la de Ricardo Anaya. La comunicación parece que se la hacen sus enemigos –y al parecer tiene muchísimos– y no se entiende bien hacia dónde quiere ir.
Anaya es un tipo inteligente, su coordinador de campaña también lo es y varios de los que lo apoyan también lo son. Pero la gente muy inteligente también hace grandes pendejadas y la campaña del frentista parece que es un concurso en el que cada semana se superan.
Su publicidad parece que es el anuncio de un videogame. Como ya apunté en este espacio hace unos días, los debates –evento soñado por su equipo como el antes y después en la campaña– no le han dado ningún resultado; peor aún, del segundo debate a la fecha ha bajado.
Parece que de tanto pensar en el futuro, en sándwiches voladores y vehículos sin conductor, Anaya ha terminado por vivir en la luna. Su aspecto, que se confunde con testigo de Jehová o vendedor de biblias, no ha logrado trasmitir juventud y entusiasmo. Rodeado del pasado –su materia gris es el gabinete de Fox–, no ha logrado destacar en absolutamente nada. En el pasado debate, con un chistín, López Obrador lo aplastó como se mata una mosca con el periódico. Después de eso se escondió. Empezó su campaña atacando a Peña y al PRI, cuando era claro que el tema era López Obrador, que era a él a quien había que ganarle. Pero a saber por qué decidieron competir con el PRI, y pues ahí están: compitiendo con el PRI por el segundo lugar.
La campaña de Anaya ha consistido en culpar a los demás de su fracaso. Que si Margarita le ayudaba al PRI al salirse del partido; que si Margarita le ayudaba a López Obrador con su campaña de independiente; que si los votos de Margarita se fueron con el Peje; que si Calderón le tira mala onda; que si el gobierno la trae contra él; que si Peña pactó con Calderón; que si Peña pactó con López Obrador; que si los medios la traen contra él; que si AMLO es muy malo y le pone apodos; que si lo persiguen los corruptos; que si le inventan cosas; que hablan mal de él; que hay un pacto de impunidad…todo es culpa de alguien más, porque el niño no sabe y no quiere competir.
Es cierto que el gobierno le ha cargado la mano pero, ¿qué esperaba? Está en una campaña para ser presidente del país, no para ser jefe de los boy scouts. Lo natural es que los adversarios te dejen caer toda clase de ataques.
Esconderse y ponerse a llorar no parece ser la solución. Es un candidato en sospechas de lavado de dinero. No es cosa fácil. Pero su equipo se pone contento porque en Youtube triplicaron el número de visitas en la respuesta de Anaya comparado con el “ataque” del gobierno. No entiendo la alegría, pues eso significa que ellos le informaron al triple de gente sobre los problemas del candidato con enormes cantidades de dinero.
La semana pasada anunciaron con bombo y platillo que unos panistas decidieron apoyarlo. En esa campaña es noticia que lo apoyen los de su partido. También se tomó una foto con Fox, que ya no es del PAN, que apoya a Meade, pero ellos están muy contentos. A lo mejor en estos días se toman una foto con El Bronco y la difunden.
La de Anaya parece una anticampaña. Se hace todo para que el candidato resulte inentendible, para que no transmita nada, para mantenerlo distante, para tenerlo en una caja de cristal, para que se admiren sus frases y sus movimientos. Hace un año, en las encuestas, su partido ganaba las elecciones, ahora Anaya batalla por no quedar en tercer lugar. Va a dar el josefinazo.
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