Faltan meses para que tomen las riendas del gobierno y es evidente que no hay control alguno en su equipo.
Había una vez un candidato al que se le comenzó a comparar con Trump. El candidato montó en cólera: “ya me andan comparando con Trump”, reclamaba. Sus defensores señalaban la campaña en contra de su candidato al que encontraban muchas y significativas diferencias con el hombre naranja. Y tenían razón. Por más populistas que fueran sus planteamientos, la comparación con el presidente norteamericano eran no sólo una cosa forzada sino una exageración. En el fondo, concluimos varios, nadie merece ser comparado con el que gobierna Estados Unidos y ha decidido hacerse de enemigo de los países de occidente y particularmente de los mexicanos. Nuestro país no había recibido una ola de agresiones e insultos como las que nos ha lanzado el colérico millonario; nuestros paisanos allá no trabajan ni viven en paz desde que este racista llegó al poder. Comparar a alguien con Trump es una bajeza política.
En esas estábamos cuando de repenteeeee… el candidato ganador, aquel que se enfurecía con las comparaciones, decidió ¡compararse con Trump! Él solito eligió los parámetros de comparación. En una carta, francamente ignominiosa que se mueve –como todo en esa casa de la colonia Roma– entre el desplante soberano y la consigna bobalicona, AMLO le anunció a Trump que sembrará muchísimos árboles frutales para hacer una reserva ecológica y le expone sus planes y programas tratándose de congraciarse con el ‘señor presidente Trump’. No deja de sorprender que alguien que ganó con la holgura de AMLO decida someterse al presidente gringo para ganar su confianza, su apoyo o cuando menos su sonrisa (no creo que saque algo más que esto último). Pero el final es una joya: “…me anima el hecho de que ambos sabemos cumplir lo que decimos y hemos enfrentado a la adversidad con éxito. Conseguimos poner a nuestros votantes y ciudadanos al centro y desplazar al establishment o régimen predominante”.
Es un párrafo que muestra que nuestro próximo presidente no sabe mucho de lo que pasó en Estados Unidos en las elecciones y sus consecuencias para millones de mexicanos o es simplemente un hombre que admira al presidente norteamericano porque ambos ganaron con un estilo parecido. Es una comparación que ninguno de sus adversarios, incluso los más virulentos, habían hecho. Para López Obrador, Trump le ganó a “la mafia del poder” de allá, al establishment. Para muchos más, los derrotados de Trump fueron los amigos de los mexicanos, los comprometidos con el mundo y con la democracia, los que creían en la responsabilidad que tienen para con los demás como potencia. Trump ganó con las motivaciones más bajas de la política: el racismo, la exclusión, el enfrentamiento entre los propios ciudadanos. Eso le parece a AMLO un triunfo encomiable. Mientras medio mundo aspira a que Trump no cumpla lo que prometió y los demócratas y defensores de la libertad en ese país le ponen trabas a sus deseos de expulsar mexicanos y a sus impulsos por dividir familias, a López Obrador le parece digno de elogio parecerse a él porque “sabemos cumplir lo que decimos”.
Si López Obrador no tiene oposición como resultado de la elección, estas semanas de su triunfo nos han dejado en claro que su más fuerte detractor es él mismo: es AMLO vs. AMLO.
Faltan meses para que tomen las riendas del gobierno y es evidente que no hay control alguno en ese equipo, cada quien hace y dice lo que se le ocurre. Las pifias ya son de colección. López Obrador, a unos días de ser declarado presidente electo, se expone todos los días, señala, acusa, confronta, agrede, promete y promete, habla y habla. Paradojas de la vida, está convertido en una chachalaca.
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